Acaba una semana muy dura para entender lo sucedido recientemente en una zona de ocio nocturno de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Todo un triste suceso que ha producido toda una movilización social sin precedentes en contra de todo acto de tipo violento relacionado con los jóvenes y el ocio nocturno en nuestras ciudades. Y es que no es fácil digerir qué razones, si es que existen algunas, hacen que un grupo de jóvenes decidan terminar con la vida de otro joven, la vida de Iván Robayna.
Mucho se ha hablado en los medios de comunicación de estos jóvenes autores de tal atrocidad. Jóvenes que se encuentran cada fin de semana en los entornos de las zonas de ocio nocturno de las principales ciudades. Sus formas de actuar son siempre las mismas, la intimidación, la incitación a la violencia, etc. Esos mecanismos de extorción pidiendo unos euros por cuidar o vigilar los vehículos se convierten en falsas excusas que lo único que buscan es alentar a las actitudes violentas que se dan cada fin de semana, y que en este caso, desgraciadamente, ha acabado en el final para la vida de Iván.
Nuestra profesión como docentes nos hace hablar y comentar mucho con los jóvenes, y en esta semana el tema de conversación ha sido la presencia continuada de la violencia en los lugares y en los entornos de ocio nocturno. Ellos están mal, muchos se culpabilizan, no quieren ni salir, no quieren saber nada de la noche ni de las salidas nocturnas. No es para menos. Las reyertas en estos lugares son continuas, los hurtos, habituales. Las condiciones ambientales que se pueden llegar a producir en estas zonas (miradas desafiantes, apretones, etc.) contribuyen de forma determinante a exacerbar los ánimos, de manera que una pisada o un roce pueden también desencadenar un incidente. La distorsión producida por el abuso de alcohol y drogas se revela, una vez más, como un factor esencial en la escalada de los conflictos, ya que determina una mayor agresividad, menor tolerancia e incapacidad de resolución razonada de los conflictos.
Es difícil buscar las causas de todo lo que sucede en nuestras calles en horario nocturno, pero encontrarnos con una población juvenil que manifiesta una conducta violenta es casi un fracaso de nuestra educación, no sólo de la escuela, sino de toda la sociedad. Jóvenes desescolarizados con estudios primarios como único nivel de instrucción y un nivel económico medio que vive en zonas de riesgo y donde la supervisión del joven por parte de la familia es media o baja.
Mucho se ha hablado también de soluciones en proyectos de ocio alternativo propuestos por administraciones y jóvenes sensibilizados con esta situación. Y como no, seguir adoptando medidas educativas, junto a una mayor vigilancia en las zonas de ocio nocturno, contribuirán a que tragedias como la vivida el pasado fin de semana no se reproduzca entre la población juvenil. El caso es que son los mismos jóvenes con los que hablamos los que demandan más vigilancia en las zonas de ocio para poder disfrutar de su tiempo libre con mayor seguridad.
En definitiva, erradicar estos comportamientos es tarea de todos y para ello debemos unir nuestros esfuerzos las administraciones, los padres, los educadores, los medios de comunicación y, por supuesto, los jóvenes. Este es el mensaje que han dado, incluso, los padres de Iván en el peor momento de sus vidas. Nuestro más sincero abrazo para ellos y para toda su familia.
Antonio Hernández Lobo es profesor de enseñanza secundaria








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