¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos!
En los últimos días, el presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) ha expresado públicamente una opinión política concreta, la petición de elecciones o de una cuestión de confianza y, acto seguido, varios obispos han cerrado filas con él. Este gesto, más allá de afinidades personales o coyunturas políticas, plantea una pregunta de fondo: ¿debe la jerarquía eclesial pronunciarse de ese modo sobre la vida política inmediata?
Mi respuesta es clara: no debería hacerlo. No por cobardía ni por falta de compromiso con la sociedad, sino por fidelidad al Evangelio, a la misión propia de la Iglesia y a la libertad de conciencia de los fieles.
Jesús fue extraordinariamente nítido cuando se le quiso arrastrar al terreno del poder político. “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21). Esta frase, tantas veces citada y tan pocas veces asumida en toda su radicalidad, establece una frontera saludable entre el orden político y la misión religiosa. No es una invitación al desinterés social, sino una advertencia contra la confusión de planos.
La Iglesia tiene la misión de anunciar el Evangelio, formar conciencias y defender la dignidad de toda persona humana. Pero cuando pasa de iluminar principios morales generales a respaldar explícitamente opciones políticas concretas, corre el riesgo de convertirse en un actor partidista. Y entonces deja de ser madre de todos para parecer capellán de unos pocos.
San Pablo lo expresó con crudeza: “¿Busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? Si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gál 1,10). El problema no es agradar o desagradar a un gobierno concreto; el problema es perder la centralidad de Cristo y su mensaje por entrar en la lógica del enfrentamiento político.
Cerrar filas en torno a un pronunciamiento político no es un acto de comunión eclesial, sino un gesto de alineamiento institucional. La comunión se construye en torno a la fe, los sacramentos y la caridad, no alrededor de una estrategia política coyuntural. Cuando los obispos hablan al unísono sobre cuestiones que legítimamente admiten pluralidad de opiniones entre los católicos, se transmite un mensaje implícito pero peligroso: que hay una postura “católica” obligatoria en política.
Sin embargo, el Concilio Vaticano II fue inequívoco al respecto. En Gaudium et Spes se recuerda que la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas cada una en su propio campo. Y añade algo decisivo: “La Iglesia, que por razón de su función y competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana”.
Cuando se pide públicamente una convocatoria electoral o una cuestión de confianza, no se está defendiendo un principio moral universal, sino una solución política concreta a una crisis concreta. Ese terreno pertenece al discernimiento de los ciudadanos, incluidos los católicos, que pueden y deben llegar a conclusiones distintas sin sentirse menos fieles al Evangelio.
Jesús se negó a ser proclamado rey cuando la multitud quiso hacerlo (cf. Jn 6,15). No porque le faltara autoridad, sino porque su reino “no es de este mundo” (Jn 18,36). La Iglesia debería aprender de ese gesto. Su autoridad moral se debilita cuando se percibe como una voz más en el ruido político, alineada con unos contra otros.
Además, existe un riesgo pastoral evidente. Muchos fieles que no comparten esa opinión política pueden sentirse excluidos, incómodos o incluso expulsados simbólicamente de su propia Iglesia. El profeta Ezequiel lanza una advertencia severa a los pastores: “¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos!” (Ez 34,2). El pastor cuida del rebaño entero, no solo de quienes piensan como él.
La Iglesia sirve mejor a la democracia cuando no pretende dirigirla. Su palabra es más creíble cuando no se confunde con un programa político. Y su unidad es más auténtica cuando no se impone el silencio crítico bajo la excusa de cerrar filas.
Tal vez hoy, más que hablar, toque callar con prudencia. Porque también el silencio, cuando es evangélico, puede ser una forma profunda de fidelidad.
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.







Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.129