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Mujeres diáconos: cuando la memoria de la Iglesia contradice a su presente

PEDRO RODRÍGUEZ Domingo, 07 de Diciembre de 2025 Tiempo de lectura:

La reciente negativa de la comisión vaticana a reconocer el diaconado femenino ha reabierto un debate que, en realidad, no es nuevo. Más que una discusión teológica o disciplinaria, estamos ante un conflicto entre memoria y poder, entre historia documentada y estructuras que temen transformarse.

Las Escrituras y los testimonios de las primeras comunidades cristianas muestran con claridad que las mujeres no sólo acompañaron la misión de Jesús, sino que ocuparon roles de autoridad pastoral y litúrgica. La figura de Febe, mencionada por Pablo en la carta a los Romanos (16,1), no aparece como asistente, ni como colaboradora secundaria, sino explícitamente como diácono de la iglesia de Cencreas. Pablo no solo la reconoce con el título, sino que la envía como responsable portadora de la carta, una tarea que implicaba autoridad interpretativa y liderazgo.

La historia posterior confirma esta realidad: numerosos documentos, inscripciones, relatos patrísticos, actas conciliares, dan cuenta de mujeres diáconos hasta al menos el siglo XII. Eran mujeres que bautizaban a otras mujeres, asistían en la catequesis, administraban bienes comunitarios, servían a enfermos y viudas, y en algunos lugares participaban en la liturgia de forma estable. No se trataba de un simbolismo piadoso, sino de un ministerio estructurado, nombrado y bendecido por la Iglesia de su tiempo.

Por eso, negar hoy la posibilidad del diaconado femenino no puede justificarse apelando a la fidelidad a la tradición. Es justamente lo contrario: supone desatender una parte viva de la memoria eclesial. Cuando la Iglesia se desconecta de su propia historia, corre el riesgo de volverse más custodio del miedo que del Evangelio.

Sería ingenuo ignorar que la resistencia no es teológica sino institucional. Reconocer mujeres diáconos abre inevitablemente el siguiente paso: revisar los ministerios ordenados desde una perspectiva menos clerical, menos patriarcal y más evangélica. ¿Por qué temerlo? ¿Por qué olvidar que el Espíritu sopla donde quiere, incluso cuando lo hace a contracorriente de las estructuras que él mismo inspiró?

El reclamo no es una moda ni una agenda ideológica. Es un acto de justicia hacia quienes ya fueron diáconos cuando la Iglesia aún no sabía que lo sería, hacia las tantas mujeres que hoy sostienen parroquias, comunidades, cáritas, catequesis y misiones, pero cuyo servicio se reconoce solo a medias porque no cabe en una estructura diseñada sin ellas.

La pregunta ya no es si la Iglesia debe ordenar mujeres diáconos, sino cuánto tiempo más podrá sostener el retraso con respecto a su propia verdad. Tarde o temprano, la historia obligará a mirar de nuevo: no para romper la tradición, sino para cumplirla.

La fe no me la enseñó un sacerdote: me la enseñó una mujer, pues como creyente, y como hijo de una mujer que me transmitió la fe con fuerza, no puedo aceptar esa negativa sin levantar la voz.

Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.

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