La Constitución y la Inmaculada: Dos pactos que nacen de la fe
En España convivimos a veces en armonía, a veces en disputa con dos símbolos que han marcado nuestra identidad: la Constitución del 78 y la Inmaculada Concepción. La primera, un acuerdo civil y laico que cimentó nuestra convivencia tras años de sombras. La segunda, un misterio religioso que durante siglos ha inspirado arte, devoción y esperanza en millones de creyentes. Una escrita por manos humanas; la otra, inscrita en corazones y tradiciones.
Ambas, sin embargo, comparten algo profundamente humano: nacen del deseo de unión, de la búsqueda de un fundamento común. La Constitución pretende asegurar derechos, libertades y la dignidad de las personas. La Inmaculada, por su parte, recuerda la pureza y el amor de una madre que la fe católica sitúa como modelo y faro espiritual. Una regula nuestra patria terrena; la otra mira al cielo y nos habla de una patria eterna.
Hoy, cuando se debate desde algunos sectores si María es o no corredentora, volvemos a descubrir algo que también sucede con la Constitución: los símbolos cambian de interpretación según el tiempo que los mira. La corredención, como idea teológica, ha intentado honrar el papel singular de la Virgen en la historia de la salvación. Otros, en cambio, temen que esa consideración eclipse la centralidad de Cristo. Lo que para unos engrandece, para otros confunde. No deja de ser curioso y quizá revelador que un país que discute cada artículo de su Constitución también debata el alcance del papel de María en la redención.
Pero el corazón de ambos debates es el mismo: ¿qué queremos proteger? ¿Qué valores consideramos esenciales? ¿Qué memoria deseamos que nos identifique?
La Constitución con sus virtudes y sus grietas sigue siendo el marco que nos permite convivir. Puede reformarse, interpretarse, ampliarse, pero no debemos olvidar que nació como un pacto para entendernos. Del mismo modo, el amor a la Inmaculada no debería convertirse nunca en un arma de batalla doctrinal. María, para la fe católica, no es motivo de división, sino de ternura. No es espada, sino manto. No es disputa, sino refugio.
Quizá el mensaje estético y espiritual más bello que podemos extraer es este: España puede discutirse, reformarse, tensarse, pero tiene raíces profundas en lo sagrado y lo humano. La Constitución nos recuerda nuestro compromiso entre nosotros; la Inmaculada nos invita a mirar más allá de nosotros mismos.
Y en ese equilibrio entre la ley y la fe, entre la palabra y el misterio puede residir la belleza de un país que, aun en desacuerdos, sigue buscando la luz.
Feliz puente.
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.








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