La niñez exterminada
Este lunes 15 de septiembre participé en un acto, convocado por Canarias por Palestina, en homenaje a los niños y niñas asesinados durante el genocidio de Gaza. Lo inicié con unas palabras que quise que fueran de una amplia mayoría de la sociedad grancanaria. Nos las quisiera haber escrito. Ojalá no las tuviera que haber dicho.
Estábamos en la Plaza de Santa Ana para recordar, para nombrar, para hacer presente la memoria de miles de niños y niñas asesinadas por la guerra. Por un estado, por un ejército, el de Israel. Pero también por la complicidad de Europa y buena parte de los gobiernos y los poderes del primer mundo.
No es un error ni un daño colateral. Es una elección. Eligen matar niños y niñas para que no haya más generaciones de palestinos y palestinas que siembren sueños de libertad. Eligen la aniquilación y el dolor. El exterminio. El genocidio.
Es la elección de soltar una bomba de 900 kilos sobre un campo de refugiados y refugiadas. Es la elección de apuntar a una ambulancia. Es la elección de cortar el agua, la electricidad y la medicina a millones de personas, sabiendo que los primeros en morir serán los niños. Es la elección de señalar un colegio o un hospital. Es la elección de matar de hambre a quien sabe que a unos pocos kilómetros hay comida para sobrevivir.
Estamos siendo testigos de un exterminio, transmitido en directo desde nuestras pantallas. Y en el centro de este horror, como la prueba última de una crueldad ilimitada, está el asesinato metódico de la infancia palestina, a la que hoy recordamos y de la que no nos vamos a olvidar.
No son cifras. Son niños. Son niñas. Hoy leeremos sus nombres aquí en la Plaza de Santa Ana de Las Palmas de Gran Canaria. Son miles, más de 20.000. Es Lian, de 6 años y también Youssef, de 4. Son bebés en incubadoras que se apagaron para siempre por falta de combustible, de médicos, de aire, de humanidad.
Son cuerpos tan pequeños que deben ser identificados por las mochilas que llevaban al huir. Es la mirada perdida de un padre que carga con la bolsa negra en la que está su hija. Es el sonido de una madre que se desgarra herida mientras trata de encontrar a su hijo de los escombros.
No es una distopía. Es el estado de Israel asesinando a un pueblo en 2025. Perpetrando el crimen de crímenes. ¿Qué ideología justifica esto? ¿Qué seguridad se construye sobre los cadáveres de preescolares, de niños y niñas? ¿Qué Dios bendice esta carnicería?
No hay razón. No hay lógica. Sólo una obscena brutalidad del poder absoluto contra la absoluta vulnerabilidad. Es la violencia de la impunidad. Del que cuenta con la complicidad cobarde de los gobiernos que, con su silencio o con sus armas, adelantan las sentencias de muerte.
Cada minuto que pasa, mientras se establecen protocolos, se predican procedimientos y se retrasa la paz, un niño en Gaza es despedazado, grita entre escombros o muere de hambre. Se les está robando el futuro, el presente y hasta el pasado, al destruir sus escuelas, sus parques y sus hogares. Al matar a sus familias enteras. Al querer hacer desaparecer un país.
Esto va más allá de la política. Es una guerra contra la humanidad. Quien no pueda condenar esto sin ambages, quien busque un "pero" o un "contexto" para el asesinato de un niño, ha perdido algo esencial de su alma. Y se ha vuelto peligroso para todos nosotros.
La historia los recordará. Recordará a los verdugos. Y recordará, con nombres y apellidos, a los cómplices. Pero sobre todo, recordará el valor de cada vida que intentaron borrar. Para eso estamos aquí hoy. Para recordar. Para denunciar. Para llamar a parar el genocidio. Hagamos que el grito de sus nombres en esta plaza llegue a sus familias. A la humanidad.
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.
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