Este viernes 11 de julio nos deja una imagen clara de lo que somos: una tierra que progresa en algunos frentes y se estanca en otros.
Celebramos los diez años de Mogán apoyando al sector primario y la apuesta decidida por la energía solar en dependencias municipales. Son pasos que demuestran visión de futuro.
También es positivo ver cómo el queso artesano gana presencia en la Universidad de Verano, símbolo de identidad local.
Pero junto a estos logros, persisten realidades que avergüenzan. La plaga de ratas en urbanizaciones de San Fernando y Timanfaya refleja abandono. El barranco convertido en “territorio zombi” entre El Pajar y Arguineguín es una herida abierta que nadie clausura. Y la inseguridad sigue presente con la detención del presunto autor de robos violentos en Vecindario.
Mientras tanto, el Gobierno canario presume de gestión. Es legítimo hacerlo, pero conviene no olvidar que la buena política no se mide sólo en balances, sino en resolver los problemas que se enquistan.
Hoy, más que nunca, es urgente que el progreso llegue también a los márgenes que la rutina institucional prefiere ignorar.
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