De Chicago a Chiclayo
Lo primero que hay que decir del nuevo papa es que tiene cara de papa, lo cual es siempre una ventaja a la hora de elegir al Sumo Pontífice en el casting sinodal. El Habemus Papam de ayer sonó como el chupinazo laico del San Fermín pamplonés.
Una autoridad se asoma al balcón para anunciar que hay nuevo Papa como el que pregona el inicio de las fiestas de Navarra, donde se juntan los toros con las manadas malditas. El papado funciona dinástica y hereditariamente como cualquier monarquía. A rey muerto, rey puesto, y a papa muerto, papa puesto.
Como tenemos poco con Donald Trump, el nuevo Papa también es norteamericano, el primer norteamericano de la historia que ha llegado a ese cargo, aunque de familia paterna francesa y materna española. Buena parte de su vida la ha pasado en Perú. El nuevo Papa nació en Chicago y estuvo veinte años al frente de la diócesis peruana de Chiclayo. De hecho tiene también la nacionalidad de ese país.
Donald Trump, dentro de sus habituales boutades esperpénticas, distribuyó hace unos días una foto suya vestido de papa, autoproclamándose candidato a suceder a Francisco y tomándose a chota el cónclave Vaticano.
Aún estamos esperando por la tradicional demanda de Abogados Cristianos contra el presidente norteamericano por mofarse de la confesión católica. Están muy raudos para denunciar a cualquier humorista o titiritero del tres al cuarto por 'profanar' su religión con una estampita pero luego son unos pusilánimes cuando se trata de enfrentarse a un poderoso en los juzgados.
La reacción de los feligreses en la Plaza de San Pedro cuando el nuevo Papa salió al balcón a saludar es muy similar a la de los hooligans futboleros, los asistentes a un mitin partidista o los seguidores de Supertramp. Me refiero al genial grupo rockero británico y no al presidente estadounidense 'Dólar' Trump, aunque los fanáticos fans del magnate de pelo naranja no le van a la zaga.
Sólo faltó que los fieles feligreses que se congregaban en el Vaticano corearan al unísono el nombre del nuevo Papa como si fuese Messi o Elton John, pidiéndole a la vez que saltara y botara, como le ocurrió a Mariano Rajoy en el balcón de la sede del Partido Popular cuando ganó su primeras elecciones después de perder las dos primeras. A la tercera fue la vencida.
Feijóo no ha sido papa porque no ha querido, pero ha aprovechado que el Pisuerga pasa por Valladolid para meterse por enésima vez con Pedro Sánchez y tratar de debilitar su gobierno, estrujando el apagón eléctrico y el parón ferroviario.
Moreno Bonilla le ha echado una mano afirmando que España entera se paró el lunes del apagón. Para el PP, Canarias sigue sin ser España. Menos mal que la ministra para la Transición Ecológica le corrigió en el Congreso al referirse correctamente a la Península Ibérica. Habrá que explicar a Feijóo y Bonilla que una cosa es la península y otra las ínsulas. No les vendría mal unas clases particulares de geografía con el Pachichi, aunque ellos son más de Formación del Espíritu Nacional.
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