San Bartolomé de Tirajana no arde por el sol, sino por el cabreo. Mientras el Cabildo de Gran Canaria se da palmaditas en la espalda por su campaña de “preservación” de las Dunas de Maspalomas, los vecinos observan, con los pies en la arena y la indignación en la garganta, cómo el supuesto éxito es poco más que humo institucional.
Raúl García Brink, consejero de Medio Ambiente, proclama logros desde su despacho. Pero a pie de duna, la realidad camina en otra dirección.
“Cada tarde esto parece un paseo comercial. Los turistas, curiosos, niños, hasta ciclistas, todos atravesando zonas protegidas como si fueran parte del decorado”, denuncian los residentes. Sin vigilancia, sin control, y sin más ley que el cartel de bienvenida.







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