Con la pre llegada de la primavera y el cambio horario, el ambiente político parece animarse al compás de una coreografía rutinaria. Los murmullos se deslizan entre las conversaciones, como si la temperatura ascendiera bajo los abrigos de los políticos. La posibilidad de una moción de censura vuelve a aflorar, un tema tan recurrente como la primavera misma.
Las conjeturas se entrelazan con las miradas expectantes de aquellos que, cual vecinas curiosas, aguardan el paso de un acontecimiento político. Las propuestas cruzadas entre los partidos de la oposición y el gobierno se suceden, dejando al descubierto las tensiones personales que parecen más propias de una telenovela que de la gestión pública.
El panorama se torna incierto, como un mar embravecido de chismes políticos, donde la única certeza es la imprevisibilidad. ¿Será este el momento oportuno para el desfile o tendremos que esperar hasta la llegada de la carroza del Pino o será tan predecible como la visita de los Reyes Magos y el encendido de las luces navideñas cuadno se accione la cuenta atrás.
Mientras algunos permanecen estáticos, reacios a mover la patita, buenos y educados actores como nunca, otros se exponen sin medir las consecuencias ignorando que podrían convertirse en víctimas de la justificación razonada, aunque subjetiva, para la ruptura a la vista. En este juego político, el cálculo de los concejales parece más una ecuación de intereses personales que una muestra de convicción ideológica.
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