Muchos viven la celebración de ‘Halloween’ como la gran fiesta de la noche de muertos. Sin embargo, en Canarias existe una larga tradición que viene recogida en relatos datados siglos atrás. Música y reuniones familiares y de amigos formaban parte del ritual con el que se rendía homenaje a los seres queridos que ya habían abandonado el mundo terrenal. ¿Cuál es la historia detrás de la celebración de ‘Los Finados?
“¿Truco o trato?”. Muchos son los que ven en esta simple pregunta, el gran paradigma de la fiesta estadounidense de Halloween. Pero, ¿sabías que en Canarias también existía esta costumbre durante la noche de Finados?. Domingo J. Navarro, en sus ‘Memorias de un noventón’, relata que, en el siglo XIX, las familias “se reunían a jugar a la perinola, comiendo castañas dulces que saboreaban con buenas copas de vino rancio y con licores, en festiva francachela, cuentecillos chistosos y alegres bromas”. Y es que, pese a ser una vela dedicada a los difuntos (finados), el humor y la alegría siempre ha estado presente detrás de esta celebración.
Y es que, detrás de Los Finados siempre ha existido un pretencioso intento de festejar, más allá del paso de la vida física a la espiritual de los seres queridos, la entrada en la fase final del otoño y la preparación para la llegada del invierno. Para entender bien el origen de esta celebración, uno puede trasladarse hasta el siglo XVII, cuando en España existían Cofradías que se dedicaban a pedir por las Ánimas, una costumbre que se trasladó también a algunos pueblos de Canarias. Sin embargo, esta tradición ha perdido fuerza con el transcurso del tiempo. Este Rancho de Ánimas recorría los campos cantando y recogiendo dinero que las familias donaban para entregarlos a la Iglesia, con el fin de que se celebraran misas en nombre de los difuntos.
No obstante, existía también una costumbre practicada por los más pequeños de las familias. Los niños y jóvenes recorrían las casas, talega en mano, realizando la pregunta “¿hay Santos?”. Si la respuesta era afirmativa, éstos recibían nueces, almendras, castañas, higos pasados, huevos para las moles y dinero para las misas. Pero en esta particular celebración, existían un hilo común. La mujer de mayor edad de la familia era la encargada de contar historias para recordar a quienes no estaban y, así, transmitir las leyendas y anécdotas de los fallecidos a los presentes. Se trataba, en definitiva, de celebrar la vida y ahuyentar temores.
Con el paso del tiempo, esta celebración ha perdido arraigo en la población, manteniéndose la visita a los camposantos a depositar flores a los fallecidos. Sin embargo, con el fin de ir recuperando las tradiciones, en algunos municipios han vuelto a celebrarse los Ranchos de Ánimos como actividades en torno a la fiesta de ‘Los Finados’.







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