Sin ver el verde
El suave rugir de las olas en la distancia, marcaba que había una frontera entre las huellas y la esperanza de ver el verde de historias contadas
No había ni noche ni día tras el ocre manto que todo lo cubría, algunas veces la tierra que tapaba aquellos pequeños pies, era lo único que separaba el estar despierto o dormidos todos a la vez.
El suave rugir de las olas en la distancia, marcaba que había una frontera entre las huellas y la esperanza de ver el verde de historias contadas.
Un día que ni era bueno ni malo, caminó a la playa tras aceptar la invitación de las olas que le cantaban.
Se sentó a soñar cerrando fuertemente su boca y tras la tercera caricia de la espuma, llegó a sus pies un tablón de su misma altura. Uno tras otro y a veces de tres en tres, comenzó a llegar lo que sería primero una distracción, para dar paso a un intento de salvación.
Los sacó rápidamente a secar al sol, luego los unió con una vieja cuerda podrida que permanecía truncada en las rocas, formando un destartalado cuadrado construido de forma salvadora.
Sin pensar y con muchas ganas de dejar atras aquel infierno, se lanzó al mar que tenía los brazos abiertos.
Al despertar recordó la primera de las siete olas como una caricia que acunaba su delgado cuerpo, y los celos de la última que dieron con sus huesos en el húmedo suelo.
Reunió de nuevo aquella esperanza, sujetando cada palo con doble nudo y más podridas ganas, repitió los siete saltos con la esperanza de adentrarse en aquellas oscuras aguas.
Cuando el sol y la sal comenzaron a picar su sufrida y oscura piel, abrió los ojos, viendo que había la misma distancia entre la costa y lo que recordaba de su maldita casa.
Loco de amargura y alegría lloró lágrimas saladas que nublaron al sol, dándose cuenta que estaba libre y que moriría sin ver el verde en aquella tumba de palos que construyó.
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