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CORNAVIRUS INFANCIA

La rabia infantil contra el bichito

Teresa se ha levantado temprano, sabe que este domingo es especial, que por primera vez en 45 días le dejan salir a la calle

José María Rodríguez | EFE
Lunes, 27 de Abril de 2020
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Teresa se ha levantado temprano, sabe que este domingo es especial, que por primera vez en 45 días le dejan salir a la calle y hace tiempo que tiene decidido qué le dirá al bichito ese que le ha robado el cole, los amigos y hasta los abuelos si se cruza en su camino: "¡Culo, culo, culo!".

 

Teresa tiene dos años y medio, nota que algo pasa que no puede salir de casa, que a sus abuelos y tías solo les puede dar besos por teléfono, y de su mente no surge mayor ofensa que pueda espantar al responsable de tantos males que un ¡Culo! gritado con rostro grave y enarbolando un dedo índice amenazador. Le ha salido del alma.

 

La niña lleva 45 días en casa, sin pisar la calle un minuto, desde que un viernes 13 de marzo cerraron los colegios en Canarias por lo que pudiera pasar. Por catorce días, anunciaron entonces.

 

Hasta ese momento no más de 70 personas habían contraído el coronavirus en Canarias, solo trece en su isla, y aún no había muertos que lamentar en esta comunidad, pero las cosas pintaban ya mal en Madrid, muy mal, y quien más quien menos se temía que todo se iba a complicar, aunque muy pocos intuían hasta qué punto.

 

Teresa no entiende de estados de alarma, ni sabe quiénes son esos señores que cada día le hablan a sus padres de la curva en los pocos ratos que la tele se libera de Peppa Pig, Bob Esponja, Bing o la Patrulla Camina. La niña tiene sobredosis de dibujos y se aburre.

 

Seguro que su mente infantil no llega a procesar completamente qué es eso del coronavirus, por más que su hermana y ella lo hayan llevado días y días pintado con bolígrafo en el dorso de la mano para conseguir que se laven más, pero su cerebro absorbe como una esponja y, a veces, las neuronas generan conexiones sorprendentes.

 

Todas las rutinas que dan seguridad a un niño pequeño han saltado por los aires, Teresa tiene miedo y lo expresa a su manera. Llama la atención como puede, sufre alguna que otra pesadilla, no quiere que sus padres salgan al supermercado y hace unos días se despidió en una videoconferencia de su abuela con un "Adiós, que te cures" que hizo reír a todos... hasta que lo pensaron mejor.

 

"¿Cuándo volvemos al cole?", pregunta una noche. "¿Puedo ir a comer con abuela?", suelta otra. "¿Me llevas al parque?", "Quiero playa". Su hermana pregunta por qué no van a Santander a ver al abuelo, cuándo la llevan a los caballitos de los jardines de Pereda... o a los de Pombo. También eso se lo ha robado el bichito esta Semana Santa: los billetes quedaron en un cajón, quién sabe hasta cuándo.

 

Todo el que trata con niños pequeños sabe que nunca se conforman con una respuesta, que a cada contestación sigue un "¿por qué?". Pero hace semanas que Teresa se contesta ella sola sus preguntas con un "¿todavía no se ha ido el bichito?" que cada día duele más hondo.

 

Teresa se apoya mucho en su hermana, que no ha cumplido seis años. A ambas se les está haciendo duro este confinamiento, aunque cada una lo manifieste a su modo. Nada es fácil, y compartir el salón con una madre y un padre que lo han convertido en su oficina, menos. Todos acaban perdiendo los nervios alguna vez.

 

La niña mira extrañada la calle cada tarde cuando toda la familia se asoma a aplaudir. Quiere estar con Enzo, con Adri, con Juan, con Anita, quiere saltar, correr, jugar, mancharse, gritar. Teresa no lleva la cuenta de los días, pero sabe bien lo que le falta.

 

Le faltan sus amigos, le falta su guardería y, para colmo, la ve impotente desde su salón. "Quiero mis niños", "quiero mi Tambi", se lamenta entre lágrimas cuando cae rendida de una perreta.

 

Puestas a soñar, Teresa y su hermana juegan a que están en un hotel, en "el de Panchi", la mascota de la cadena al que otros años sus padres les han llevado aprovechando el Primero de Mayo o el Día de Canarias, los puentes en los que los residentes en las islas ya no tienen que competir en precios con un turista noruego o alemán. Ambas fechas se acercan, pero tampoco eso va a poder ser.

 

Así que, sí, Teresa lo tiene claro, como se cruce esta mañana de domingo en su camino el bichito ese... "¡Culo, culo, culo!"

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