Hasta el moño del Coronavirus, con chocolate y plátanos verdes
La televisión es ahora mismo y mucho más que antes del confinamiento la mejor amiga y compañera de la madre de mi amiga.
Mi amiga Mari Pino que vive en Las Palmas, está “hasta el mismísimo moño de este Coronavirus”. Está deseando que la actual situación de confinamiento y pandemia acabe cuanto antes porque, entre otras cosas, teme que su madre acabe con ella o la termine volviendo un poco más loca de lo que ya está. La pobre mujer, muy mayor, acostumbrada a gobernarse sola y a ser ella la que manda en su propia vida, también está hasta el higo de que a estas alturas de su existencia la tengan encerrada y la quieran gobernar.
La madre de mi amiga es mucho. Es de aquellas mujeres duras y antiguas, de la posguerra española, de pensamiento y actitudes machistas, las que mandaban siempre. Aquellas que incluso les decían a los maridos qué ropa tenían que ponerse. “Tendrías que ver como se pone si le dices algo que no le guste, que no le conviene o no la convence. ¿A eso vienes a mi casa, a contradecirme, a mandar, a intentar dirigirme?; que te quede claro que en mi casa mando yo solita y que yo en tus cosas no me meto. A mi casa no vengas a imponer ni a dar órdenes…Oye, se pone como una fiera”, me dice mi amiga.
Mari Pino cree que en la actitud de su madre, aunque en buena parte por naturaleza, también está influyendo mucho el confinamiento, porque la mujer, que ya supera los 80 años de edad, acostumbrada a salir de su casa a pasear, a ser y caminar libre por todas partes, de aquí para allá, ahora se pasa el santo día totalmente enclaustrada. Es verdad que lee, que se hace de comer ella sola, que incluso cambia la cama, pero las únicas distracciones que tiene en verdad son mi amiga y el hijo de mi amiga, cuando van a verla para saber cómo está, conocer qué puede necesitar o llevarle la compra; la señora que va a limpiar la casa una vez por semana y, de forma muy especial, la televisión.
La televisión es ahora mismo y mucho más que antes del confinamiento la mejor amiga y compañera de la madre de mi amiga. No discuten nunca y se ven cada vez que quieren durante todo el tiempo que quieren. Eso sí. Guardan la distancia adecuada. Para escucharla con la nitidez que da la proximidad, la madre de Mari Pino sube el tono de la tele tan alto que el ruido incluso se oye desde la calle. La mujer se entretiene sobre todo con los programas de chismorreo como los Sálvame que presenta Jorge Javier Vázquez. “A veces llego a su casa y está tan absorta con lo que está viendo o escuchando que ni me mira, o simplemente me saluda y después sigue enchufada a la pantalla. ¿Mamá, que estoy aquí, no me saludas?... ¿Y tú sabes lo que me responde, tú sabes lo que me dice ella?, que para qué quiero que volvamos a saludarnos si antes ya habíamos hablado por teléfono. ¿Tú sabes lo que hace muchas veces si la distraigo y no le interesa lo que le digo? Coge el mando y sube aún más el tono de la televisión…. Es ensordecedor, desesperante, ¿pero qué hago?, no puedo hacer otra cosa que callarme”, dice mi amiga.
A Mari Pino le preocupa bastante que su madre, con ese espíritu rebelde y ese carácter tan fuerte y desafiante, se harte nuevamente de la tele y vuelva a escaparse de la casa “para salir a dar una vuelta a coger el aire”. Ya lo ha hecho en dos ocasiones durante el confinamiento. La última vez el sábado pasado. Mi amiga llego a la casa y no estaba. Preocupada, mi amiga la llamo por teléfono a su móvil y le pregunto que dónde estaba. “Dando un paseo para que me dé el aire y coger un poquito el sol”, le contestó con rotundidad y transparencia. “Estoy cansada y aburrida de pasar tanto tiempo encerrada. Sólo salí a dar una vuelta”, le dijo a mi amiga, anonadada por aquel atrevimiento que sumaba a su preocupación la posibilidad de una denuncia policial con un sabroso correctivo económico por incumplimiento del confinamiento.
Mi amiga, que es una mujer con estudios universitarios, una profesional muy liberal y muy curranta desde que era muy jovencita, se organiza el tiempo para que su madre sepa que puede contar con ella cuando la necesite. Pero la madre la llama a cualquier hora para pedirle cosas, aunque tenga y no las necesite. “Es una acaparadora, como la mayoría de las mujeres de la posguerra que necesitan tener y acumular de forma sobrada porque sufrieron muchas necesidades de todo tipo a lo largo de casi toda su vida”, me dice mi amiga. “Mira como es. Me llama por teléfono y me dice: si vas a salir y piensas coger el coche aprovechas y me compras plátanos y chocolate. Y yo le digo. Mamá, si cojo el coche es para hacerte la compra pesada para toda la semana. Para los plátanos y el chocolate voy caminando. Voy, se los compro y se los llevo, y ella me dice: el chocolate me lo puedes dejar pero los plátanos te los vuelves a llevar, porque a mí todavía me quedan cuatro en el frutero y los seis que me has comprado se van a madurar pronto. Yo pensé que los ibas a comprar todos verdes y duritos para que se fueran madurando con el tiempo”. En verdad la vuelve loca, me dice mi amiga. Por eso espera que el Gobierno decrete el desconfinamiento, para que su madre recupere la vida anterior, apague la televisión y salga a pasear a la hora que quiera y por donde quiera. A disfrutar del aire y del sol, de los árboles y las aceras de Las Palmas. Es la mejor forma de que mi amiga también recupere su propia vida.
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.








Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.5