Uno de los libros que más me entretuvo en mi adolescencia fue El cine según Hitchcock, donde el asimismo director de cine francés y patrono de la nouvelle vage Francois Truffaut entrevistaba a lo largo de más de trescientas páginas al genial director inglés.
Es un libro para los que gustan del cine pero no sólo para éstos, a mí siempre me ha parecido que es un paradigma perfecto de la capacidad de mirar, de apuntar y apuntalar historias, que es algo que me ha cautivado desde niño. A fin de cuentas, es lo que venimos haciendo desde hace miles de años, cuando nos sentábamos frente a una hoguera e intentábamos conseguir de otros el dejarlos absortos. Pues bien, en la citada obra Hitchcock desvela uno de los trucos de prestidigitador de los que solía valerse para mantenernos pegados ferozmente a la butaca: la osada teoría del McGuffin.
Un McGuffin es la nada envuelta en nada más aún. Dos hombres se encuentran en un tren, y uno de ellos lleva un paquete bajo el brazo. "¿Qué lleva usted ahí, si puede saberse?", le pregunta uno a otro. "Oh, nada, es un McGuffin", le responde. "¿Y que es un McGuffin?", inquiere el curioso compañero. "Es un aparato para cazar leones en los Highlands escoceses", asegura el poseedor de tan extraño artilugio. "Pero si no hay leones en los Highlands escoceses", argumenta el incrédulo. "Pues entonces no es un McGuffin", sentencia inapelablemente el tipo.
Lecciones de un maestro que podemos aplicar más allá de la pantalla y el celuloide, pienso. Las más de las veces necesitamos de un estímulo motor que nos haga despegar y no simplemente vegetar.
Lo difícil termina siendo no el emprender acciones, sino encontrar la razón por la que hacerlas. Ocurre un tanto de lo mismo en la cocina: lo complicado es pensar que poner en la mesa todos los días, no tanto su ejecución. Si convenimos en este punto, entenderemos que es fácil centrar nuestro esfuerzo en descubrir estas motivaciones. Constrúyete tu propio McGuffin. Escoge los ingredientes, nadie ha dicho que tengan que ser lógicos, ni originales ni posibles, simplemente deben ser tuyos. Publicítalo o mantenlo en secreto. Mantente fiel a uno o maneja un extenso catálogo. El mago del suspense británico no puede dar un mal consejo a la hora de mantener expectativas, ojos abiertos y corazón latiente.
Muchos antepondrán valores sagrados: su familia, sus allegados y sus adosados. Los menos prosaicos optarán por el éxito y sus hipotéticos beneficios, la fama, el beneficio económico o vaya usted a saber el qué. Da igual, la idea del McGuffin no es democrática, no está sujeta a más imperativo que el dictaminado por su inventor. Recuerdo con esto al poeta griego Kavafis, cuando sentenciaba al final de su celebérrimo poema Itaca aquello tan grandioso de que lo importante no era el destino, sino el camino (que curioso, lo mismo que hubiera preconizado el mismísimo Escrivá de Balaguer, pero desde la óptica inversa_)
Yo quizá opto por una mescolanza. No me planteo objetivos a secas, no creo en unicidades cuajadas de pureza. Me anima el pensar que pueda encontrar la palabra precisa que ayude a trasladar con exactitud lo que pienso, la frase que acudirá para ayudarme a armar la idea que me bulle y que creo fecunda. Tampoco sé si me contentaría si algún día lo consiguiese. Los McGuffin posibles son así de escurridizos. Casi, casi, como los leones en los Highlands escoceses.
Samuel Rodríguez Navarro
Maestro de Primaria.







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