Crítica: La forma del agua

La cinta que más emociones ha despertado en los corazones de los espectadores. La que más ha volcado la crítica profesional a su favor y que se sitúa como la favorita para obtener el ansiado galardón de “Mejor Película” en la noche de los Oscars del próximo 4 de marzo; “La forma del agua.”

Que el poder imaginativo de Guillermo del Toro es tan envidiable como extenso se hace evidente en su filmografía: Kaijus, fantasmas, vampiros, faunos, ángeles, insectos gigantes, trolls, dioses... Sin embargo, la inclusión de una historia influida por el romanticismo clásico y cortes reivindicativos propios de una sociedad más actual convierten a esta en la película definitiva de realizador mexicano. Ahora bien, ¿da la talla?

Años 60. Elisa (Sally Hawkins), una joven que trabaja en un misterioso laboratorio gubernamental durante la Guerra Fría, ve como su vida cambia radicalmente cuando un hombre de aspecto anfibio es internado en las instalaciones. Si, es cierto; podemos encontrar ciertos ápices reconocibles de “ET” por allí, mucho de la “La bella y la bestia” por allá, pero el tratamiento es original en todo momento y uno se percata de ello cuando las luces se encienden y recapacitamos sobre lo que hemos visto. Esta es una película orientada a su dúo protagonista: Ella es una chica solitaria, muda y que se siente ajena a la sociedad. Él es un humanoide anfibio que conecta rápidamente con ella, la única persona que le muestra tanto interés como compasión. Esto es “La forma del agua”. Esta es la base sobre la que Del Toro plasma su idea sobre la conexión de distintos mundos que se encuentran en una situación cuanto menos deseada. ¡Y funciona! En la delicada actuación de Hawkins reside la efectividad de la sencillez, de forma que no resulta complicado empatizar con ella y, por ello, hacer nuestra la aventura que la une a la criatura.

Envuelta en una deliciosa banda sonora compuesta por Alexandre Desplat (El gran Hotel Budapest, El discurso del rey) supone, junto a una dirección artística, dirección de fotografía y diseños de producción brillantes, un intento por emular la razón más clásica del séptimo arte: entretener y emocionar sin necesidad de crear una trama complicada. Un saludo a Cristopher Nolan.

Aunque, por desgracia, la creación de una historia que responde a la composición clásica trae consigo personajes y situaciones estereotipadas: El papel de malvado hombre del gobierno, que recae sobre el magnífico Michael Shannon, está plagado de clichés propias de un personaje destinado simplemente a poner problemas y trabas a nuestra pareja protagonista, lógicas o no. Los amigos de Elisa, interpretados por Octavia Spencer y Richard Jenkins, no aportan riqueza a la narrativa y el segundo incluso es desechable. La inclusión intrascendente de escenas de violencia gratuita

tampoco logran solaparse armónicamente con el supuesto cuento poético que pretende mostrarse. A pesar de ello, la película cumple el buen propósito de contarnos lo mismo de distinta forma. Lo agradezco. Del Toro, para bien o para mal, pertenece a ese tipo de directores y directoras condenados eternamente a ser ellos mismos. Para algunos está inmersión supondrá un paseo ya dado; para mi es una delicia visual que merece ser vista por todos.

Todos los años una película se alza con el mayor número de nominaciones en los Premios de la Academia y este año la destacada ha sido “La forma del agua” con 13 nominaciones, posicionándose como una de las películas más nominadas en la historia del cine. Entre las categorías a las que opta a la ansiada estatuilla se encuentran “Mejor película”, “Mejor Director” para Guillermo del Toro, “Mejor Guión” para Guillermo del Toro y Vanessa Taylor, “Mejor Actriz” (Sally Hawkins) y “Mejor Actor de Reparto” (Richard Jenkins).