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XAVIER APARICI GISBERT

Conflictos de relación: el triángulo dramático

XAVIER APARICI GISBERT Lunes, 15 de Septiembre de 2014 Tiempo de lectura:

El Perseguidor se conduce de forma egoísta, autoritaria y agresiva, pretendiendo poner a los demás a su disposición

En 1968 el psicólogo Stephen Karpman describió un modelo psicológico y social de interacción humana que se conoce como el triángulo dramático, debido a que las relaciones interpersonales y las sociales, demasiado a menudo, devienen en conflictivas: los intervinientes experimentan emociones que les hacen sentirse agraviados y al responsabilizarse -mutuamente- de ello, suelen llevar la convivencia a una escalada de conflictos y rencores. Estas vivencias y actitudes son, con frecuencia, experimentadas de manera semiinconsciente, ya que son juegos de relación aprendidos durante la infancia en las interacciones familiares y en las escuelas. Por ello, al Triángulo de Karpman se le denomina también como de la Supervivencia, pues, es entonces cuando, para poder sobrevivir emocionalmente, se asumen ciertos papeles relacionales.

En la niñez es muy fácil sentirse víctima, más aún en el tipo de familia tradicional donde se incentiva la soberanía de los adultos y la dependencia de los infantes. En este modelo, la víctima suele serlo como resultado de las presiones ejercidas por la persecución y abuso ejercidos, habitualmente, por los agresivos padres. Y, comúnmente,  es rescatada por la figura salvadora de las comprensivas madres. Así, el triángulo de la persecución, la victimación y el salvamento se reproduce cotidianamente y a muy distintas escalas. De hecho, cada persona puede llegar a desembarazarse de su papel de partida: mayores y pequeños pueden ser, sucesivamente y a la vez, perseguidores, víctimas y salvadores. De adultos, esta dinámica es posible que no deje de empeorar si estos roles psicológicos llegan a determinarnos el resto de nuestras vidas, cumpliendo el imaginario de confirmar los mitos existenciales de cada cual. Siendo que, además, son promocionados de múltiples maneras para reforzar el modelo institucional hegemónico, basado en la jerarquía, ello es más que probable.

El Perseguidor se conduce de forma egoísta, autoritaria y agresiva, pretendiendo poner a los demás a su disposición. Procura ser el referente de la autoridad, estableciendo pautas de comportamiento rígidamente estrictas y sometiendo a su control a las personas más vulnerables, sus víctimas.

La Víctima se mueve entre la baja autoestima, la culpa y la tristeza. Se define el la indefensión -real o supuesta- y puede llegar a ser autodestructiva. Encarna la sumisión y la dependencia completas.

El Salvador es el que se hace cargo de los problemas de los demás, inducido por su propia culpabilidad en ese estado de cosas y obteniendo en ello su propia compensación. Sus sacrificios, desinterés y buena voluntad ante perseguidores y víctimas perpetuán las problemáticas. Perdonando a los primeros, a pesar de sus malos tratos, y rescatando a los segundos, aún cuando exhiban conductas parasitarias, contribuyen a asegurar los ciclos de codependencia necia y enfermiza.

En múltiples ocasiones, en nuestras relaciones íntimas mantenemos esa representación de personajes tóxicos, persistiendo así la confusión y la infelicidad. Y en el juego social se continúan perpetuando esas alienantes ficciones con la promoción de antagonismos amenazantes, resignadas impotencias y salvamentos gestionados jerárquicamente, lo que embrutece la ética cívica, sus capacidades y sus responsabilidades. Dejemos ya ese agónico teatro, erradiquemos los círculos viciosos de codependencia alienada.

Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.

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