La impunidad de los crímenes de cuello blanco
En el momento presente de la globalización neoliberal el sentir cívico mayoritario que caracteriza a la ciudadanía mundial es el de escándalo moral.
En
el momento presente de la globalización neoliberal el sentir cívico mayoritario
que caracteriza a la ciudadanía mundial es el de escándalo moral. Pues, desde
el estallido de la gran crisis, por las prácticas impuestas para su solución
desde las cúpulas de poder, se extienden la precariedad y la exclusión
socioeconómicas y se desmantelan los mecanismos asistenciales de los Estados,
mientras que las clases altas aumentan sus poderes y beneficios, aparentemente,
con toda impunidad y sin remedio.
A
mediados de la década de 1970, el filósofo Michael Foucault, en su obra “Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión.”,
ya desentrañaba los
procedimientos por los que las élites de poder promocionan sus privilegios:
tras la oposición formal entre legalidad e ilegalidad que caracteriza a lo
jurídico, lo que subyace es la distinción entre los ilegalismos y las
delincuencias. La penalidad administra los ilegalismos de manera asimétrica. Son los ilegalismos populares los que se visualizan y llevan a la prisión,
mientras que lo que se quiere tolerar, los tráficos de armas y de drogas
mayores, las evasiones de impuestos y los demás grandes crímenes económicos,
permanece en la sombra y sin disciplinar. “La penalidad sería entonces una
manera de administrar los ilegalismos, de trazar límites de tolerancia, de dar
cierto campo de libertad a algunos, y hacer presión sobre otros, de excluir a
una parte y hacer útil a otra (…).” “La delincuencia, ilegalismo sometido, es
un agente para el ilegalismo de los grupos dominantes.”.
Décadas
antes del trabajo de Foucault, en su trabajo “La delincuencia de las grandes
empresas.”, el criminólogo estadounidense Edwin Sutherland había demostrado, estudiando
a los grandes empresarios, que el delito no se relaciona, sobretodo, con las patologías
personales o las sociales -que son las características en los perfiles
carcelarios típicos-, pues “Normalmente los hombres de negocios no son pobres,
no son débiles mentales, no les faltan facilidades recreativas organizadas y no
sufren de las otras patologías sociales y personales”. Es en ese distinguido
estrato social donde, sin embargo, prosperan los delincuentes “de cuello blanco”:
las personas de clase socio-económica superior que, mediante procesos aprendidos,
violan las leyes en el curso de su ocupación profesional. Estas violaciones de
las leyes son tan asiduas en las grandes empresas que ponen de manifiesto que “Al
Gran Capital no le gusta la competición y realiza cuidadosas operaciones para
reducirla e incluso eliminarla.”.
Por
todo este estado de cosas, el investigador social Juan S. Pegoraro ha propuesto
ampliar el alcance de lo que se entiende como Delito Económico Organizado “(…)
a la organización delictiva dedicada a negocios legales-ilegales de una cierta
complejidad política-jurídica con la necesaria participación de instituciones
y/o funcionarios estatales, que producen una recompensa económica importante y
que gozan de impunidad e inmunidad social-penal.”. Dos ejemplos de esa delincuencia interesadamente disimulada son la
estatización de las ingentes deudas contraídas por empresas privadas, socializando
las consecuencias de la defraudación a toda la ciudadanía; y la transferencia
de ingresos a los sectores ricos, mientras los estratos asalariados se empobrecen.
Según este modo de moralidad democrática, dado el alcance del daño ocasionado
al conjunto social, gran parte de los que actualmente mandan en las
Administraciones públicas y en las instituciones privadas deberían estar, con
sus cómplices subalternos, en la cárcel. Por mucho tiempo y desposeídos de sus
propiedades y capitales, como los demás mafiosos condenados.
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.








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