La artesanía como negocio turístico
Es difícil encontrar alguna persona que no quiera llevarse un recuerdo del sitio visitado, algo que le evoque mañana las emociones sentidas hoy
Por circunstancias históricas que no es el momento de recordar, el desarrollo turístico de Canarias no ha sido homogéneo en todas las islas, ni en sus planteamientos ni en los tiempos, avanzando cada una de ellas con profundas diferencias con respecto a las otras. Además, el impulso empresarial no siempre ha actuado de la forma más, sobre todo en los primeros años en que la demanda permitía cualquier cosa a la oferta, por disparatada que fuera. Aunque hubo algunos empresarios que vieron en el turismo un negocio con grandes oportunidades de futuro, si sabían insertarse en los circuitos de comercialización, la gran mayoría de los otros operadores eran realmente inversionistas o rentistas que optaron, con acierto momentáneo, en una buena oportunidad de rentabilizar sus ahorros, pero no en que esa fuera su actividad.
Más tarde, la irrupción como elefantes en cacharrería de una pléyade de políticos regulando las actividades turísticas y pretendiendo cambiar a su santa voluntad una demanda sobre la que ningún control tienen, ha logrado poner en serias dificultades los cimientos de una industria turística sostenible. Sin duda debido a las desgracias de otros, primaveras árabes y similares, han conseguido ocultar momentáneamente el deterioro del destino, por el incremento de visitantes que se están teniendo y sin incremento notable del ingreso turístico, no por méritos propios como sería deseable, sino por la mala situación de otros.
Aunque todo eso es bien sabido y ha sido analizado con mucha extensión y acierto por bastantes autores expertos, por cierto casi siempre ajenos al mundo de la universidad, los grandes temas relacionados con la construcción hotelera y la hostelería han eclipsado otro conjunto de actividades que pasan aparentemente desapercibidas, pero que son componentes importantes para la distribución de las rentas producidas por el turismo entre amplias capas de población. Son las que en su día se denominaron “los negocios del negocio turístico”.
Una de esas actividades, aparentemente menores, la constituye la artesanía, entendida ahora como negocio y como la industria del suvenir, de aquel objeto que mañana nos recordará el tiempo felizmente pasado en un destino. Cosa aparte es su tratamiento desde el punto de vista etnológico, importante para historiadores y un segmento de la población, normalmente local y no foráneo, muy interesado en los orígenes culturales de los habitantes de Canarias.
Es difícil encontrar alguna persona que no quiera llevarse un recuerdo del sitio visitado, algo que le evoque mañana las emociones sentidas hoy. No suele buscar piezas de arte mayor, ni quiere comprar a precio de oro el sudor de gentes que trabajan como esclavos de siglos pasados. No le importa que las piezas sean elaboradas con técnicas o materiales del siglo XXI, sólo quiere comprar lo que le gusta o le emociona, que casi nunca coincide con lo que muchos artesanos isleños quieren, o pretenden, venderle.
Si se supone, como hipótesis de partida
para un esbozo de cuantificación, que el número medio de visitantes en Canarias
puede ser de unos 10 millones de personas y que cada una de ellas comprase
recuerdos por valor de 10 euros, se estaría hablando de un negocio global de,
como mínimo, 100 millones de euros al año.
Y como las cifras reales son muy superiores, ¿no debiera hacer
reflexionar esto a los burócratas y políticos que pretenden regular lo
imposible, es decir “la pureza de la
artesanía”, permitiendo con su intransigencia y ceguera que el negocio del
recuerdo sea de importación y no de producción propia?
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.







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