Desigualdad, dignidad y desobediencia
Ya no se habla de los informes de la semana pasada del FMI y de la OCDE, nada sospechosos por cierto de connivencia con la izquierda, en los que se hacía hincapié en la enorme brecha social, la desigualdad y la pérdida de ingresos de las familias que se han afianzado en España en los últimos años.
En los días previos a la Marcha
de la Dignidad del pasado día 22, mientras se organizaban distintas caminatas
hacia Madrid para denunciar los recortes del Gobierno, la pérdida de derechos y
la pobreza y emergencia social en que se encuentra una parte importante de la
sociedad española, los medios de comunicación apenas se hicieron eco de su
convocatoria. Era casi como si no existiera.
Al
día siguiente de su celebración, muy pocos medios le prestaron atención en sus
portadas y algunos de los que lo
hicieron se preocuparon en señalar la presencia de asistentes en un número muy
inferior a los que los organizadores y otros observadores señalaban (cincuenta
mil frente a más de un millón) o a destacar de manera gráfica y malintencionada
la presencia de algunos violentos frente a una amplia mayoría pacífica.
Periódicos como La Razón o ABC coincidieron en remarcar la radicalidad de la
marcha y en rotularla como un resultado de “la indignidad de la izquierda”.
Curiosamente, para la prensa extranjera la manifestación fue “gigantesca”
“enorme” y “masiva”.
En
los días posteriores, ríos de tinta insistieron en señalar la violencia de la
Marcha y en destacar la protesta de los sindicatos policiales, pero sin hablar
ya de los organizadores o de los que los apoyan, entre los que se encuentran
sindicatos, partidos políticos, afectados por las hipotecas, los ERE y
preferentes, más de un centenar de organizaciones sociales, frentes cívicos… Ni de los motivos y las reivindicaciones que les llevaron a
movilizar a la ciudadanía.
Ya
no se habla de los informes de la semana pasada del FMI y de la OCDE, nada
sospechosos por cierto de connivencia con la izquierda, en los que se hacía
hincapié en la enorme brecha social, la
desigualdad y la pérdida de ingresos de las familias que se han afianzado en
España en los últimos años. Ni de los datos de
Se
nos intenta trasladar directamente o de manera subliminal que tenemos que ser
dóciles, que hay que aguantar. Que los sacrificios que recaen en los más
débiles son inevitables, al fin y al cabo hemos sido nosotros mismos los que
nos lo hemos ganado viviendo por encima de nuestras posibilidades. Y no están
dispuestos a aceptar que la sociedad civil, las instituciones democráticas
consecuentes y las organizaciones políticas independientes del poder económico
planteen alternativas y se impliquen en la defensa de la dignidad y
No
aceptan ni comparten que la desigualdad rompe el Estado de derecho y
Nada
justifica
Pierre Rosanvallon (La sociedad de los
iguales. RBA), afirma que una diferencia económica abismal entre los individuos
acaba con cualquier posibilidad de que habiten un mundo común. Y la solución no
puede estar sino en lo que él llama la renacionalización del Estado de
bienestar, en la recuperación del Estado como el espacio pertinente de
solidaridad y distribución.
Demonizar la Marcha de la Dignidad, o cualquiera de las mareas sociales que salen a la calle defendiendo el Estado de Bienestar y el Estado de Derecho, rompe la cohesión social y quiebra la idea común de ciudadanía. Un Estado de derecho debe garantizar todas las posibilidades para permitir pacíficamente, en la calle y en las instituciones, la libre expresión de la población y la defensa del interés colectivo. Y ser generoso en las demandas sociales. Incluso en la desobediencia civil que plantea Habermas: “Todo Estado democrático de derecho que esté seguro de sí mismo, considera que la desobediencia civil es una parte componente normal de su cultura política, precisamente porque es necesaria”. Se trata de transgredir simbólicamente y sin violencia las normas que son legales pero no son legítimas, pero sin renunciar a la defensa de la democracia y la participación de la ciudadanía en la defensa del interés colectivo. Es la “revolución pacífica” que defendía en el siglo XIX Henry David Thoreau porque entendía que no todas las leyes nos hace más justos y que, en esos casos, seguirlas sin cuestionamientos nos puede convertir en “agentes de la injusticia”. Gandhi o Martin Luther King, lo supieron captar perfectamente.
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.








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