Cómplices de todo y de nada
Está en peligro nuestra supervivencia
Ocupados como estamos en una serie de problemas tales como el paro, el desempleo, la oferta de empleo precario, la bajada de sueldos, los recortes que surgen por todas partes, o sea, en cuestiones del día al día, parece que nadie quiere prestar atención a otro problema tan serio como es la amenaza que se cierne sobre la humanidad y también sobre los demás seres vivos del globo. Está en peligro nuestra supervivencia, debido, tanto a la acción depredadora de la mayoría de las personas que habitan en este mundo, como a los negocios espurios de gobiernos, de políticos, o de empresas multinacionales a los que interesa más el poder o el dinero que salvar este planeta y asegurar su futuro.
A aquellos ciudadanos insensibilizados en cuestiones medioambientales e influidos por los problemas anteriormente citados, no les venga nadie con milongas relacionadas con la contaminación atmosférica, con la insalubridad de los pueblos y ciudades donde viven, (que, al mismo tiempo, les está ocasionando graves enfermedades) con la denuncia de vertidos de aguas sin depurar y de productos tóxicos en mares, ríos, lagos o subsuelos; con la deforestación, con la desaparición de especies animales o vegetales, etc. Ni le vengan con las historias de que desaparece la capa de ozono, de que se está produciendo un terrible cambio climático, de que se derriten los casquetes polares y, por tanto, aumenta el nivel de los mares y se pone en peligro la vida de quienes viven en las costas. Tampoco les hagan recomendaciones sobre la necesidad de no arrojar en las playas bolsas o botellas de plástico, de no ensuciar las calles, las plazas o lo jardines, de no tirar escombros donde a uno le da la gana, que ya están bastante presionadas por la carestía de la la vida, por las subidas de las tarifas, por el descenso de su poder adquisitivo y por otras cuestiones cuya solución no vislumbran. Tal vez esas personas a las que se les prohiben tantas cosas, no lo entenderían y estarían dispuestos a rebelarse y a persistir en sus errores. Tal vez, determinados políticos deshonestos (que conste que también los hay dignos y honestos) estén más interesados en cultivar votos, en continuar engañando a los demás, en mantener excelentes relaciones con las multinacionales y empresarios irresponsables y mafiosos que en desarrollar loables acciones y una buena gestión en favor de los ciudadanos a los que tienen la obligación de servir. Los poderes públicos, los gobiernos de cualquier nivel, la escuela, los educadores tienen el deber de enseñar a las futuras generaciones y a los ciudadanos en general, a convivir, a respetarnos mutuamente, a ser solidarios y a trabajar en beneficio de la humanidad y de nuestro planeta.
Ya está bien de mirar hacia otro lado, de que se siga considerando a hombres, mujeres y niños como mercancía con la que se puede negociar, vender, o esclavizar. Reprobemos tanta permisividad en el tráfico de drogas o de armas, en que siga habiendo impunidad para aquellas naciones que abusan de su poder y han cometido crímenes de lesa humanidad, que se burlan de la justicia internacional y que pisotean los derechos humanos. Todos no podemos ser tan insensatos ni convertirnos en cómplices, no sólo de tanta perversidad existente, sino de la desaparición de una vida digna en la Tierra.
Quiero concluir este comentario dedicándole unas palabras elogiosas al que fuera presidente del gobierno de España, Adolfo Suárez, en la difícil época de la transición desde la dictadura, a la que él mismo perteneció, a la democracia. Es lástima que su esfuerzo se haya visto deteriorado por el comportamiento de otros políticos que vivieron después, no tan eficaces ni dedicados plenamente a su país. Por cierto, algunos de ellos ha salido en los medios informativos para alabarle, aunque fueron los responsables de que Suárez tuviera que dejar el gobierno y la política. Es el clásico cinismo e hipocresía de determinados personajes de la actual España, que se han cargado nuestra democracia y recortado casi todos nuestros derechos.
A aquellos ciudadanos insensibilizados en cuestiones medioambientales e influidos por los problemas anteriormente citados, no les venga nadie con milongas relacionadas con la contaminación atmosférica, con la insalubridad de los pueblos y ciudades donde viven, (que, al mismo tiempo, les está ocasionando graves enfermedades) con la denuncia de vertidos de aguas sin depurar y de productos tóxicos en mares, ríos, lagos o subsuelos; con la deforestación, con la desaparición de especies animales o vegetales, etc. Ni le vengan con las historias de que desaparece la capa de ozono, de que se está produciendo un terrible cambio climático, de que se derriten los casquetes polares y, por tanto, aumenta el nivel de los mares y se pone en peligro la vida de quienes viven en las costas. Tampoco les hagan recomendaciones sobre la necesidad de no arrojar en las playas bolsas o botellas de plástico, de no ensuciar las calles, las plazas o lo jardines, de no tirar escombros donde a uno le da la gana, que ya están bastante presionadas por la carestía de la la vida, por las subidas de las tarifas, por el descenso de su poder adquisitivo y por otras cuestiones cuya solución no vislumbran. Tal vez esas personas a las que se les prohiben tantas cosas, no lo entenderían y estarían dispuestos a rebelarse y a persistir en sus errores. Tal vez, determinados políticos deshonestos (que conste que también los hay dignos y honestos) estén más interesados en cultivar votos, en continuar engañando a los demás, en mantener excelentes relaciones con las multinacionales y empresarios irresponsables y mafiosos que en desarrollar loables acciones y una buena gestión en favor de los ciudadanos a los que tienen la obligación de servir. Los poderes públicos, los gobiernos de cualquier nivel, la escuela, los educadores tienen el deber de enseñar a las futuras generaciones y a los ciudadanos en general, a convivir, a respetarnos mutuamente, a ser solidarios y a trabajar en beneficio de la humanidad y de nuestro planeta.
Ya está bien de mirar hacia otro lado, de que se siga considerando a hombres, mujeres y niños como mercancía con la que se puede negociar, vender, o esclavizar. Reprobemos tanta permisividad en el tráfico de drogas o de armas, en que siga habiendo impunidad para aquellas naciones que abusan de su poder y han cometido crímenes de lesa humanidad, que se burlan de la justicia internacional y que pisotean los derechos humanos. Todos no podemos ser tan insensatos ni convertirnos en cómplices, no sólo de tanta perversidad existente, sino de la desaparición de una vida digna en la Tierra.
Quiero concluir este comentario dedicándole unas palabras elogiosas al que fuera presidente del gobierno de España, Adolfo Suárez, en la difícil época de la transición desde la dictadura, a la que él mismo perteneció, a la democracia. Es lástima que su esfuerzo se haya visto deteriorado por el comportamiento de otros políticos que vivieron después, no tan eficaces ni dedicados plenamente a su país. Por cierto, algunos de ellos ha salido en los medios informativos para alabarle, aunque fueron los responsables de que Suárez tuviera que dejar el gobierno y la política. Es el clásico cinismo e hipocresía de determinados personajes de la actual España, que se han cargado nuestra democracia y recortado casi todos nuestros derechos.
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.








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