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Fataga, el pueblo al que sus habitantes salvaron de las llamas

Viernes, 03 de Agosto de 2007
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Además del carácter simpático y acogedor de sus cerca de 300 habitantes, Fataga descubría al forastero un paisaje idílico de huertas verdes rodeadas de palmeras en el barranco y un espléndido pinar en la loma de la montaña de enfrente Restricciones de agua en Fataga incendio-fataga.JPG Pero a comienzos de esta misma semana, los habitantes de Fataga, como el resto de miles de vecinos de los municipios de Tejeda, La Aldea de San Nicolás y Mogán, fueron testigos mudos e impotentes de cómo el fuego devoraba en pocas horas los frutos de toda una vida de esfuerzo y de trabajo. Sin embargo, el forastero que visite estos días Fataga se sorprenderá del contraste que encontrará en el paisaje. Efectivamente, en donde antes habían árboles frutales, parras cargadas de uvas maduras y un olor fresco a campo que impregnaba el pueblo entero, hoy huele a chamuscado y son las cenizas y el hollín los que cubren la tierra con un manto negro y desolador. Pero, no asombra menos contemplar como las casas, salvo pequeñas huellas del paso de las llamas, se mantienen blancas e impolutas, ajenas a los terribles sucesos acontecidos en la zona. reportajeafectadosincendiofataga2.JPGEl enigma de cómo es posible que se dé esta situación nos lo desvelan sus vecinos. Hombres y mujeres corrientes que, además de sus trabajos, tienen un pedazo de terreno que cultivan con amor cada día cuando regresan de la ciudad. Personas orgullosas de sus raíces, amantes del campo, de los animales y de su pueblo, al que miman con devoción. Nada más llegar a la zona, los acogedores vecinos se muestran abiertos a narrar su versión de los hechos. Así, cuentan como el martes, ante el peligro inminente de que el incendio -que se había iniciado el viernes anterior en el municipio de Tejeda- alcanzara su pueblo, las autoridades decidieron evacuar a todo el mundo y ponerlos a salvo hasta que el peligro hubiera pasado. Sin embargo, nadie pensó en la complejidad de la orografía del terreno y muchos menos en que algunos de los vecinos se quedaran como un retén provisional. “Nadie quiso escucharnos”, comenta Juan Francisco González, uno de los afectados, que a pesar del cansancio sigue contando una y otra vez su historia a todo foráneo que quiera escucharla. “Ni siquiera querían que les enseñáramos dónde estaban los accesos a las tierras o qué zonas eran más peligrosas por la falta de limpieza para que se extendiera el fuego”, apunta. reportajeafectadosincendiofataga5.JPG“Los muchachos del pueblo conocen los caminos y sabían donde estaban las llaves de paso, los aljibes y demás lugares de donde se podía extraer el agua”, comenta Clara Cabeza, una vecina de la zona que se lamenta de que las circunstancias no acompañaran en ese fatídico día. “La verdad es que en los 34 años que llevo viviendo en Fataga no recuerdo que hiciera nunca el viento tan fuerte que hizo ese día” asegura. “Desalojaron a todo el mundo (la policía) y les preguntamos si podíamos quedarnos para mojar nuestras casas y así evitar que se quemaran -dice- pero nos advirtieron que con quien no obedeciera emplearían la fuerza”. La incertidumbre, el desconcierto ante el trato dado por las autoridades y el temor generalizado a perder sus casas, fue lo que provocó que muchos de los hombres del pueblo burlaran los controles policiales y se escondieran en el interior de sus hogares para intentar salvarlos de las llamas, cuando estas llegaran. julian-incendio-fataga.JPGJulián Reyes fue uno de esos valientes que no sólo tuvo que luchar con las llamas que amenazaban con dejarlo sin nada, sino que además debía correr y esconderse de la policía, que lo perseguía para evacuarlo. “Yo no sé de donde saqué las fuerzas”, comenta este vecino de 50 años, mientras rocía con una manguera la fachada de su casa y luce un vendaje que le cubre desde la mano derecha hasta el codo, recuerdo de su hazaña. “Las primeras ayudas llegaron a las 10.30 horas (del martes), eran tres personas del ejército que se portaron muy bien. Gente joven que se movía rápido, pero que no conocía la zona, por eso se marcharon pronto”, explica Reyes, quien cuenta como pasó el resto de horas hasta las 12.45 horas -cuando llegó el resto de efectivos de extinción- solo, en un mano a mano con el fuego. En ese intervalo de tiempo, Julián desplegó mangueras y las colocó en puntos estratégicos, abrió las llaves de paso, enchumbó las fachadas y las calles del pueblo con agua y sofocó los diferentes focos que empezaban a encenderse y que el viento racheado y el calor sofocante esparcían por todas partes. En medio del horno en el que se convirtió el pueblo, Julián saltaba de una azotea a otra sofocando las llamas, pero las copas de las palmeras explotaban como fuegos artificiales y las chispas se propagaban a gran velocidad, abriendo nuevos focos. El cabello chamuscado en la cabeza de Julián ofrece una prueba contundente de su historia y del infierno en el que debió convertirse este apacible lugar en cuestión de horas. “Cuando llegaron los bomberos, se quedaron quietos, venían cansados de Artenara y aprovecharon para descansar y comer”, señala Julián, que se muestra comprensivo y disculpa la actuación de los retenes, aunque lamenta que las órdenes que esperaban para actuar llegaran “tarde y mal”. “Se podría haber salvado todo si en vez de esperar que llegara aquí, (al pueblo) se hubiera atajado en el Nacimiento de Fataga (un lugar en medio de la montaña por donde al parecer se propagó el incendio)” afirma. Tanto Julián como otros vecinos del pueblo que se escondieron de los efectivos para proteger sus casas, rogaron a los bomberos que actuaran y que les dejaran guiarlos por los lugares estratégicos por donde ellos sabían que el incendio podía propagarse más rápidamente. Pero el caso fue omiso, “se mostraron más preocupados por desalojarnos que por prevenir la propagación”, admite. Las llamas bajaron justo por donde los fatagueros habían pronosticado y en tan sólo nueve minutos se apoderaron del lugar. Fue en ese momento cuando los bomberos entraron en acción. Julián calcula que en cuestión de una hora todo se había quemado. Como consecuencia se calcinaron cerca de 400 animales del municipio, que hoy rebosan el vertedero municipal. Las hectáreas de terreno quemadas están aún por determinar y pasarán muchos años antes de que Fataga recupere el verdor de sus campos. Los técnicos municipales trabajan a destajo en la elaboración de un inventario que cuantifique los daños materiales. Alrededor de 3.500 personas fueron evacuadas y unas 25 viviendas en toda la isla han quedado parcial o totalmente destruidas. Los gobiernos central y autonómico se han apresurado a prometer ayudas, y desde el Cabildo grancanario se asegura que los damnificados tendrán una primera ayuda de 2.500 euros, que ayer mismo los vecinos de Fataga y de otras poblaciones ya podían solicitar en las Oficinas Municipales de San Bartolomé de Tirajana. Sin embargo, los fatagueros -que ya han alzado la voz en contra de las ayudas económicas y que reclaman que esas ayudas se den en forma de semillas, árboles frutales, animales y maquinaria de labranza- pueden estar tranquilos, porque gracias al coraje y a la valentía de sus hombres, esta noche dormirán en sus preciosas casas blancas. “No me considero un héroe, ni nada de eso” dice Julián Reyes cuando se le pregunta por su hazaña, “algo dentro de mí me decía que yo no podía abandonar mi casa, ni la de mis vecinos, porque esto es todo lo que tenemos y todos lo queremos y lo protegemos”. ACFI PRESS Si quiere ver la galería de fotos al completo pinche AQUÍ.
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