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XAVIER APARICI GISBERT

Terrorismos

XAVIER APARICI GISBERT Domingo, 16 de Marzo de 2014 Tiempo de lectura:

Hace estos días diez años del atentado terrorista más cruento de la historia reciente en territorio europeo

Hace estos días diez años del atentado terrorista más cruento de la historia reciente en territorio europeo. Un acto de extrema violencia que -como tantos otros, con mucha frecuencia, a lo largo del mundo- produjo explosiones y destrozos en el entorno y graves heridas y la muerte a múltiples personas, desprevenidas e inermes. El espanto y la indignación que provocan estas prácticas nos sitúan en los extremos de la condición humana, que llega a ser capaz de las más extremas injusticias y agravios para, mediante el terror, producir la sumisión y que, no obstante, puede llegar a zafarse del dogal que esas agresiones y amenazas mayores provocan y prevalecer en su dignidad.

El terrorismo acompaña a la vida de los seres humanos, al menos, desde los albores de la civilización del dominio. Porque de eso se trata, de dominar a otros de la manera más abyecta: se emplea, deliberadamente, el terror para conseguir la obediencia compulsiva de los demás, la subordinación absoluta contraria a su libre voluntad, infringiendo dolores e inseguridades con agresiones y amenazas. Tanto es así, que el terrorismo está constituido –deseemos que no por mucho tiempo más- como un modo cultural de entender el orden social.

Fundado, en general, en una visión cínica de la naturaleza humana y, en particular,  clasista, el terror como procedimiento de control, se ha venido practicando como táctica política -como una manera excluyente y represiva de gobernar- y como medio de comprometer la seguridad pública. Así, cuando el terrorismo se da, puede ser tanto un asunto de Estado, como un estado social. Desde ambos polos de un mismo sistema de ejercer el poder -desde la violencia institucional legitimada y desde la facciosa criminalidad violenta- los demás son siempre reducidos a la exclusión en sus derechos, a los otros no les queda otro papel que el de ser las víctimas de tiranías de toda condición y de mafias de diferente ralea.

Con todo, el terrorismo, cuando se ejerce desde la calle, es, en sus distintas manifestaciones, claramente un asunto delictivo. Las coacciones y amenazas, las extorsiones y agresiones que los violentos ejercen sobre sus semejantes o antagonistas para lograr sus fines, no tienen nada que ver con actos legítimos. Más allá de sus desaforadas justificaciones y de sus presuntas finalidades superiores, los grupos terroristas, sean las que sean sus motivaciones religiosas, políticas o sociales, ante la incuestionable prevalencia de los derechos a la vida y la seguridad de cada ser humano, no son más que peligrosos criminales organizados. La violencia fáctica es siempre un delito.

Otra cosa bien diferente es la valoración que llegan a tener los actos de dominio cuando proceden de los poderes institucionales. La subordinación de los administrados mediante la amenaza de violencia, la represión, el secreto y la manipulación, puede ser tan omnipresente como naturalizada y tan poco sanguinaria como letal. El terror desde el Estado, siguiendo los consejos de Maquiavelo, en sus aspectos más cruentos y extremos, a menudo se limita a momentos extraordinarios y breves. Las élites de poder oficiales, las que tienen el monopolio legal de la violencia, encuentran en los medios tecnológicos y culturales eficaces maneras para perpetuar su estatus e influencia. Aún estando escandalosamente extendidos y consentidos en la sociedad de las naciones, las torturas y los asesinatos no son los únicos procedimientos –ni los más eficaces- para asegurar la opresión de la mayoría en su beneficio. Las leyes antidemocráticas y las prácticas económicas antisociales también arruinan la vida de la gente. Como estamos experimentando en propia carne, también son herramientas del terror.

Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.

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