Mandela, misión cumplida

Nelson Madiba Mandela fue una leyenda, un ejemplo, un héroe para los no blancos sudafricanos, que parece más bien un personaje de ficción que una realidad. Todo el mundo reconoce su valor, cuando acabó con el oneroso apartheid de su país, dominando por los boers, una mezcolanza de holandeses, alemanes, hugonotes franceses, que se complementaban  con los colonos británicos. Casi todo este conglomerado de blancos, que ostentaban el poder , se creía superior a los negros que les rodeaban. La histórica hazaña de Mandela  consistió en derribar un muro de incomprensión y acentuado racismo. Este logro supuso un sufrimiento para él y la población negra.

Líder del  Congreso Nacional Africano y considerado como “terrorista”,  fue condenado a cadena perpetua en 1961, que cumplió en Robben Island, donde pasó 18 años, aislado, y el resto, en las cárceles de Pollsmoor y Victor Verster, en el  continente. Veintisiete años después es liberado. Cuatro años más tarde se convirtió en el primer presidente negro de Sudáfrica.
Hay que reconocerle a Mandela, que, en cierto modo, estuvo influido por el pacifismo de Gandhi,  el haberse convertido en un símbolo de la reconciliación, del olvido de las afrentas recibidas. Su idea  de poder vivir en armonía y con igualdad de oportunidades para todos, sin importar su raza, me temo que no se han cumplido en su liberado país, hasta el momento.

Nadie le niega su trayectoria ni sus buenos propósitos, al que la prensa sudafricana de hoy en día, considera “símbolo del poder del bien”. Reconocido internacionalmente, recibió el Premio Nobel de la Paz en 1993. No obstante, me temo que su filosofía no se ha  seguido al pie de la letra por quienes le sucedieron. Existen diferencias entre los propios negros, pertenecientes a distintas etnias y a otras razas foráneas que conviven en el país. Aparentemente, Sudáfrica se convirtió en un país libre y democrático, aunque esta democracia  no se ha acabado de afianzar . En la actualidad se vislumbra  un cierto autoritarismo por parte de sus dirigentes y se ha establecido una burguesía negra donde no faltan la corrupción, las injusticias, el desempleo y la inseguridad ciudadana, que es un lastre, un obstáculos para posibles inversores extranjeros.  De vez en cuando surgen también brotes de violencia consecuencia de enfrentamientos raciales.  Esta inseguridad y violencia no es de ahora sino que  provienen de épocas pasada.  Nadie duda que Sudáfrica es un país interesante con buenas perspectivas para el  desarrollo, desde el punto de vista económico y social,  pero en un escenario donde se preserven las libertades y las esencias democráticas.

Atrás quedan las cáceles, las masacres contra “los terroristas”, los sufrimientos del líder,  Soweto, un distrito de Johannesburgo, que se perfiló como un centro de la rebelión contra el apartheid, cuando el gobierno blanco quiso imponer en la educación pública  el afrikaan, el idioma de los boers,  en lugar del inglés. Se piensa que en esta moderna Sudáfrica sin apartheid, se ha alcanzado una auténtica libertad. No será posible si sus dirigentes no  asumen los objetivos marcados por el  libertador Nelson Madiba Mandela.