¡Se lo llevan!
Ser sindicalista en España, a día de hoy, está no sólo mal visto, es que
prácticamente es como decir que eras banquero en pleno estallido de la
estafa de las preferentes, te ganabas casi seguro la reprobación de toda la
sociedad, incluida la de la comunidad de vecinos en la que habitases. Y
como toda generalización acarrea injusticias, no podemos poner a todos los
miembros de los sindicatos, en especial UGT y CCOO, en el mismo nivel. Los
hay bien honrados y que se parten los cuernos por conseguir unos excelentes
acuerdos para sus representados, pero sin abusar de la empresa. Hay quienes
entienden que no siempre se puede ganar una negociación colectiva, que un
convenio no sale como se esperaba, pero no por ello hay que incendiarlo
todo. Pero claro, la normalidad no cotiza, no tiene minutos de televisión y
mucho menos en prime time.
Aquí estamos asistiendo a diario y casi por horas a un bochornoso
espectáculo de comilonas, de mariscadas, de vinos carísimos, de dinero
saliendo de los colchones, de maletines falsificados, de cursos de
formación que se daban en el Caribe y toda una suerte de despropósitos que
aún no han sido explicados por quienes tendrían, aparentemente, la máxima
responsabilidad. UGT es, especialmente, el sindicato que está
protagonizando portadas diarias, aperturas de informativos, pero ni su
líder nacional, Cándido Méndez, ni su gente en Andalucía, parecen estar
dispuestos a ofrecer a los ciudadanos las pertinentes declaraciones ante la
mamandurria que han constituido y que han oficializado como si fuese lo más
natural del mundo.
Los ciudadanos merecemos más que una explicación porque organizaciones como
la UGT se financian no sólo con las cuotas de los afiliados (que es la
parte mínima) sino con el dinero de nuestros impuestos y esas cantidades,
que se supone que van, entre otros capítulos, a sufragar cursos de
formación a desempleados, al final se han dedicado a fines tales como
fundírselo en comidas en restaurantes de alto copete, con botellas de vino
que, en algunos casos, llegaban a los tres ceros a la derecha, a viajes al
Caribe que luego se camuflaban como cursos formativos o, lo mejor de todo,
lo de los maletines Salvador Bachiller encargados a China, es decir, a
falsificar el modelo de una firma de prestigio como la de esta empresa
radicada en Arganda del Rey. Pero aquí nadie da la cara (y eso que alguno
la tiene bien grande).
prácticamente es como decir que eras banquero en pleno estallido de la
estafa de las preferentes, te ganabas casi seguro la reprobación de toda la
sociedad, incluida la de la comunidad de vecinos en la que habitases. Y
como toda generalización acarrea injusticias, no podemos poner a todos los
miembros de los sindicatos, en especial UGT y CCOO, en el mismo nivel. Los
hay bien honrados y que se parten los cuernos por conseguir unos excelentes
acuerdos para sus representados, pero sin abusar de la empresa. Hay quienes
entienden que no siempre se puede ganar una negociación colectiva, que un
convenio no sale como se esperaba, pero no por ello hay que incendiarlo
todo. Pero claro, la normalidad no cotiza, no tiene minutos de televisión y
mucho menos en prime time.
Aquí estamos asistiendo a diario y casi por horas a un bochornoso
espectáculo de comilonas, de mariscadas, de vinos carísimos, de dinero
saliendo de los colchones, de maletines falsificados, de cursos de
formación que se daban en el Caribe y toda una suerte de despropósitos que
aún no han sido explicados por quienes tendrían, aparentemente, la máxima
responsabilidad. UGT es, especialmente, el sindicato que está
protagonizando portadas diarias, aperturas de informativos, pero ni su
líder nacional, Cándido Méndez, ni su gente en Andalucía, parecen estar
dispuestos a ofrecer a los ciudadanos las pertinentes declaraciones ante la
mamandurria que han constituido y que han oficializado como si fuese lo más
natural del mundo.
Los ciudadanos merecemos más que una explicación porque organizaciones como
la UGT se financian no sólo con las cuotas de los afiliados (que es la
parte mínima) sino con el dinero de nuestros impuestos y esas cantidades,
que se supone que van, entre otros capítulos, a sufragar cursos de
formación a desempleados, al final se han dedicado a fines tales como
fundírselo en comidas en restaurantes de alto copete, con botellas de vino
que, en algunos casos, llegaban a los tres ceros a la derecha, a viajes al
Caribe que luego se camuflaban como cursos formativos o, lo mejor de todo,
lo de los maletines Salvador Bachiller encargados a China, es decir, a
falsificar el modelo de una firma de prestigio como la de esta empresa
radicada en Arganda del Rey. Pero aquí nadie da la cara (y eso que alguno
la tiene bien grande).
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.








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