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El hábito del despilfarro

SEGISMUNDO URIARTE DOMÍNGUEZ Lunes, 18 de Junio de 2012 Tiempo de lectura:

Esta crisis económica pide a gritos una revisión urgente de las prioridades presupuestarias de las instituciones que nos gobiernan

La crisis financiera, económica, inmobiliaria e industrial que estamos padeciendo, pone de manifiesto que la forma en la que los españoles nos dirigimos y gestionamos no es la óptima. Es cara, compleja legislativamente y poco eficiente para nosotros y para los inversores nacionales y extranjeros. El hábito del despilfarro está instalado desde hace mucho tiempo en las instituciones públicas.

Esta realidad hace necesario que deba discutirse un modelo de Estado desde la transparencia y la máxima información de sus costes. No parece razonable la existencia de 17 comunidades autónomas (más Ceuta y Melilla) con sus parlamentos autonómicos, sus diputados, sus asesores, sus consejeros y demás gastos oficiales. Se puede respetar a la cultura y especificidades de cada  comunidad autónoma sin el excesivo gasto que ello implica.

Esta crisis económica pide a gritos una revisión urgente de las prioridades presupuestarias de las instituciones que nos gobiernan y poner fin a los gastos suntuarios que no dejan ningún valor añadido a la sociedad y que son de fugaz repercusión y nula rentabilidad social o económica. Éstos, para la sociedad, son tiempos de temor, de autoestima endeble, de falta de esperanza en los que los gastos superfluos están fuera de lugar. Hay que ver qué se puede aportar en el día a día para ser parte de la solución y no un lastre irritante.

El despilfarro no es económicamente viable ni útil para la democracia. Es una mercancía que ya no nos regalan y no nos sirve para reinventarnos, innovar y buscar soluciones. Si nuestros dirigentes despilfarran, nos hurtan información o nos mienten descaradamente sobre la verdadera naturaleza de sus propósitos están incurriendo en una grave irresponsabilidad que puede acarrear lamentables consecuencias.


El despilfarro en la sociedad

Pero el hábito del despilfarro está también instalado en nuestra sociedad que desde hace mucho tiempo se ha lanzado a un consumismo absurdo propiciando que la demanda siempre sea más, en cualquier producto, en cualquier ámbito, en cualquier esencia; siempre se necesita más, lo que hace que hayamos vivido  en un océano de egoísmo y consumo absurdo que no ha permitido ver más allá de nuestras propias narices.  Todo, absolutamente todo es desechable. Las necesidades aumentan y los recursos escasean.

Todo se pinta de números rojos, pero nosotros hemos  querido tenerlo todo, sin importar si somos  productivos o no. Hemos pretendido bañarnos en abundancia y algunos colectivos han propiciado que se esté metido en huelgas, manifestaciones y todo tipo de excusa en lugar de propiciar una cultura del esfuerzo y del ahorro. Desperdiciamos los recursos, la energía, la creatividad, la paz social y la convivencia con tal de conseguir lo que queremos. Hemos hecho de celebraciones familiares motivos de gastos absurdos que desvirtúan en no pocas ocasiones el verdadero valor de esas celebraciones.

Hablamos de crisis pero muy pocas veces se ha sugerido el ahorro, el sacrificio, el trabajar más, ser más productivos y eficientes; ser más consecuentes con la sociedad y con la situación de crisis que estamos padeciendo. Hemos estado viviendo en una sociedad del figurar, de demostrar, de puertas afuera, que se dispone de recursos aunque para ello se haya tenido que acudir a cualquier tipo de préstamo que, a más de uno, les está pasando ahora una dolorosa factura. La avaricia no sólo ha roto el saco, como suele decirse, sino que ha convertido a personas normales en personas desconocidas desconfiadas iracundas e irracionales.

La historia nos enseña, nos recuerda cómo el despilfarro ha originado grandes periodos de crisis, pero no queremos aprender, preferimos esconder todo lo que nos pueda enseñar, y en algunos casos preferimos eliminarlo, para seguir viviendo por encima de nuestras posibilidades. Preferimos pensar que somos mejores que nuestros semejantes en lugar de pensar cómo podemos mejorar para que puedan ser “semejantes”. Es verdaderamente triste, que vivamos en una sociedad donde cada uno vive en su propio mundo.

Quizá, uno de las pocas cosas positivas que pueda dejarnos esta crisis sea el que nos demos cuenta del despilfarro que hemos hecho y empecemos a habituarnos a ser más ahorradores y solidarios. Empecemos a recuperar valores como el esfuerzo y el sacrificio como norma constante de nuestra actuación individual y social.

Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.

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