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La cultura de la subvención

SEGISMUNDO URIARTE DOMÍNGUEZ Ver comentarios 1 Viernes, 08 de Junio de 2012 Tiempo de lectura:

En un país como el nuestro en el que hasta hace poco se subvencionaban hasta los nacimientos...

En un país como el nuestro en el que hasta hace poco se subvencionaban hasta los nacimientos, resulta muy difícil erradicar la idea de que el estado se conforma como garante infinito de prácticamente la totalidad de las necesidades de los ciudadanos, quienes se han acostumbrado a exigirle de forma constante que sea quien nos solucione cada uno de los problemas.


Habría que preguntarse cuántas personas, instituciones, organizaciones y empresas han estado y están viviendo de las subvenciones. Existen verdaderos especialistas en la búsqueda de aquellas que les permitan seguir subsistiendo sin tener en cuenta que la subvención fomenta el apaciguamiento de la población, condena la cultura del trabajo y del mérito, no genera productividad ni competitividad que son las bases esenciales para la prosperidad económica.


Los seguidores de la doctrina del libre mercado y de la no regulación del mismo apoyan  que las empresas no deben recibir subvenciones ni ayudas por parte del estado. En su sistema de libre mercado se aplica la norma de que una empresa, o una organización, sobreviven y conquistan sus objetivos porque es la más fuerte y por tanto superior al resto de sus competidores. Por tanto la “cultura de la subvención” no es más que una forma de enmascarar la falta de competitividad y la incapacidad de sobrevivir. La “subvencionitis” es lo peor para que una organización o empresa prospere y sea fuerte.


Una política común

La llamada “cultura de la subvención” es política común por parte del estado, de las comunidades autónomas y de las administraciones locales. Es común en la Unión Europea y en la OCDE, es común en los estados desarrollados y también en los subdesarrollados, a través de organizaciones internacionales como la ONU o su organismo UNESCO.


Con respecto a las comunidades autónomas y administraciones locales, el régimen incontrolado de las subvenciones ha propiciado la multiplicación de nuevos cargos, administraciones, gobiernos y entidades públicas que han llevado a una superpoblación de las instituciones.


Hoy, que tan de moda está el término sostenibilidad, nadie habla de instituciones sostenibles, de sostenibilidad de la superpoblada clase política y dirigente ante una lista interminable de administraciones superpuestas las unas con las otras en una guerra de competencias sin fin.


La causa del problema

La subvención en sí no es el problema sino su utilización, su formulación y su capacidad de éxito para aquello que se desea construir o equilibrar. Un ejemplo de ello  lo constituye la cantidad de millones que se ha destinado a subvencionar cursos de formación para los parados y el lamentable resultado obtenido. En nuestro País se ha producido un despilfarro tan grande de las subvenciones que ha llevado consigo en no pocas ocasiones una grave degradación que pone en peligro al sistema económico.


Para “sostener” ese sistema, en especial cuando la situación económica no acompaña, sólo queda la depredación de la ciudadanía en beneficio de la supervivencia de la clase política. La sostenibilidad no es más que una balanza que debe mantener el justo equilibrio entre los ingresos y los gastos. Los ingresos se generan gracias a la actividad empresarial a través del IVA o el IGIC, Impuesto de Sociedades e ingresos derivados de las diferentes tasas e impuestos que gravan las diferentes etapas inherentes a su actividad  en el mercado.


Las empresas a su vez son las que generan empleo, el cual conlleva el pago de nuevos impuestos, que recaen esta vez sobre las retribuciones de los trabajadores (IRPF y Seguros Sociales). Los ciudadanos gracias a su trabajo pueden mantener a una familia generan consumo, que de nuevo reporta más impuestos que repercuten en las arcas del estado.


Mientras el gasto público crece desmesuradamente, generando un déficit descontrolado a la vez de histórico, la actividad privada se desmorona irremediablemente eliminando cualquier posibilidad de financiación, tanto del déficit como del dinero necesario para el correcto funcionamiento de los servicios de una nación. Habría que preguntarse si, de verdad, esto es una economía sostenible.

Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.

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