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SANTIAGO GIL

Psicografías

El hombre del café

SANTIAGO GIL Sábado, 05 de Mayo de 2012 Tiempo de lectura:

“Nadie sabe cuál será el último día”

Llevaba semanas sin aparecer por la cafetería. Solíamos coincidir a la misma hora casi todas las mañanas. Él pedía un café solo y ojeaba el periódico. Nos saludábamos con la confianza de dos viejos camaradas que llevan años cruzándose en un mismo lugar. No sabía su nombre. Tampoco conozco el nombre de ninguno de los camareros. A lo largo de estos años, los habituales de esa barra desaparecíamos unos días. Nadie preguntaba, pero se entendía que estábamos de vacaciones. Más tarde o más temprano volvíamos a esa cotidianeidad de los encuentros que tanto tranquilizan. No soportaríamos que no nos cambiaran el guión del mundo cada mañana, pero al mismo tiempo también querríamos contar con escenas en las que los actores fueran siempre los mismos. Tranquiliza saber que, a pesar de que todo parece venirse abajo, uno sigue encontrando al camarero y al parroquiano que nos dan los buenos días mientras pedimos el zumo de naranja. Cuando te cambian ese decorado parece que tu mañana queda un poco a la deriva, tan náufraga como esa realidad que sigue zozobrando en los periódicos.

Ese señor del café desapareció hace ya más de dos meses. Hace dos días, uno de los camareros me preguntó si sabía qué le habría pasado. También a él le habían variado uno de los fotogramas de su película diaria. Le dije que ni siquiera sabía cuál era su nombre. Él tampoco lo sabía. Entonces aproveché para presentarme y él sobre la marcha hizo lo propio. De alguna manera hemos dejado de ser dos extraños. Ese señor que ya no viene debía rondar los sesenta años. Yo no me atreví a decir que podría estar muerto, pero el camarero, con su experiencia de años viendo pasar a tanta gente, me comentó que tal vez le había pasado algo. Algo es un eufemismo que en esos casos solo significa muerte o enfermedad. Con su lógica menestral comentaba que si hubiera cambiado de trabajo o de ciudad se habría despedido el último día que vino. Nadie sabe cuál será el último día que pedirá el café en el bar de toda la vida. En su lugar se han ido sentando varios clientes. Yo comenté que a lo mejor había perdido el trabajo. El camarero reconoció, no muy convencido, que esa era una posibilidad. Pagué y regresé a mi oficina. Por el camino me quedé pensando en todos los yoes que vamos siendo a lo largo de la vida. Y también en esos que uno va dejando cuando cambia de bar, de trabajo o de ciudad. De alguna manera te quedas en el recuerdo de cada uno de los que protagonizaron contigo cualquiera de tus escenas cotidianas. Y, claro, cuando dejas de interpretar tu propio personaje también te adentras sobre la marcha en el olvido. Ese señor puede estar ahora mismo criando malvas o bañándose en una piscina del Caribe con el dineral que ganó en la lotería. Recuerdo que todas las semanas le compraba un billete al vendedor que sigue viniendo al bar cada mañana.

CICLOTIMIAS

Sonríe, que algo queda.

Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.

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