El Día Internacional de la Ciudadanía ¿Trabajadora?
El próximo 1º de mayo, se celebra, desde 1889, la principal fiesta del movimiento obrero mundial
El próximo 1º de mayo, se celebra, desde 1889, la principal fiesta del movimiento obrero mundial, una jornada de reivindicación de los derechos laborales. Se eligió esa fecha en recuerdo del día de inicio de huelga que propuso, en 1886, la organización obrera más importante de EEUU para exigir la jornada laboral de ocho horas y, también, como homenaje a los ocho sindicalistas anarquistas, los Mártires de Chicago, que fueron condenados injustamente –tres, a largas penas de prisión y cinco, a muerte- por los graves sucesos que se produjeron durante los disturbios en esa metrópolis de Illinois.
En la actualidad, con la dictadura neoliberal global imponiendo una brutal recesión a las economías populares y duros recortes sociales a través de sus gobiernos títeres, el 1º de mayo nos concita a continuar denunciando el indigno e injusto modo en que se reparte el trabajo y la riqueza en todo el mundo y, particularmente, en las economías en que la subsistencia social y económica está subordinada a la obtención de un empleo por cuenta ajena. Trabajar sigue siendo una actividad sometida a incomodidades, opresiones y explotación; el origen latino del término “trabajo”, no deja lugar a dudas, pues proviene de “tripalium”, una especie de instrumento de tortura que se empleaba en la Antigua Roma.
Los seres humanos, desde siempre, han tenido que afanarse para conseguir los recursos de supervivencia. En el Paleolítico, la recolección y la caza requerían de esfuerzo y perseverancia; durante el Neolítico, las labores agrícolas y las ganaderas, también. Sin embargo -según muestran los indicios arqueológicos y confirman las investigaciones de sociedades “primitivas”-, las actividades económicas eran comunitarias, se compartían los esfuerzos y los frutos entre todos los miembros. Entonces, la gente no “trabajaba”. Eso llegó después, con los primeros imperios de la antigüedad, con la emergencia de las tiranías guerreras, estamentarias y machistas. Desde entonces, los más debieron sobre esforzarse y los menos acapararon la mayoría de los bienes que se laboraban.
La doble subyugación -a la escala jerárquica de poder y al género masculino- que se empezó a institucionalizar en los Estados primigenios, sus prácticas de desposeimiento, alienación y explotación, han marcado la historia de los seres humanos: en la Época Antigua, entre los amos y los esclavos; en la Edad Media, entre los señores y los siervos; y desde la Modernidad, entre los capitalistas y los trabajadores. En una evolución de progreso parcial y contradictoria que no ha erradicado en muchos lugares las condiciones de vida esclavistas, feudales y proletarias hasta el presente. De hecho, solo muy recientemente y en pocos países, las mujeres han empezado a poder emanciparse de la expropiación y la domesticación a la que fueron sometidas por el patriarcado desde hace milenios. Así, la cuestión social, la justicia debida entre iguales en naturaleza y dignidad, sigue pendiente, tanto en la política como en la economía. Y no solo en “las formas”, también, como nunca, en los objetivos.
Las circunstancias presentes para la humanidad son únicas en múltiples aspectos:
-a nivel mundial, se comparten saberes y técnicas -culturales, científicos y sociales- sobre nuestra especie y la biosfera natural que nos sostiene que nos permitirían un auténtico progreso hacia una reconciliación política auténticamente democrática y una economía humanitariamente solidaria y ecológicamente sostenible.
- pero también nos encontramos ante riesgos mundiales enormes, debido al empecinamiento de la globalización neoliberal en su patrón civilizatorio despiadado, materialista y derrochador, combinado, peligrosamente, con un enorme crecimiento demográfico mundial sin estabilizar de siete mil millones de seres humanos, y con un inminente colapso medioambiental planetario, pendiente de remedio.
Tras los oropeles y la propaganda, en el caduco mundo de los mercados neoliberales los mayores negocios continúan girando en torno a la compraventa de tres “mercancías” imposibles: las armas, los estupefacientes y las mujeres: un comercio multinacional -abrumadoramente indigno e interesadamente ilícito- de artefactos para matar más y mejor a los seres humanos, de sustancias que alivian las existencias penosas y vacías y de los cuerpos de nuestras congéneres, vejadas en objetos sexuales.
Cuidarnos entre nosotros, proteger nuestros entornos y concluir la depravación belicista, siguen siendo, aún hoy, las grandes tareas de la humanidad. Y compartir fraternalmente los esfuerzos y los frutos para lograr esos objetivos, puede ser el mejor medio para la gran mayoría de los seres humanos que hollamos la madre Tierra. Algo por lo que, también, vale la pena manifestarse el próximo 1º de mayo. Y luchar todos los días de nuestra vida.
En la actualidad, con la dictadura neoliberal global imponiendo una brutal recesión a las economías populares y duros recortes sociales a través de sus gobiernos títeres, el 1º de mayo nos concita a continuar denunciando el indigno e injusto modo en que se reparte el trabajo y la riqueza en todo el mundo y, particularmente, en las economías en que la subsistencia social y económica está subordinada a la obtención de un empleo por cuenta ajena. Trabajar sigue siendo una actividad sometida a incomodidades, opresiones y explotación; el origen latino del término “trabajo”, no deja lugar a dudas, pues proviene de “tripalium”, una especie de instrumento de tortura que se empleaba en la Antigua Roma.
Los seres humanos, desde siempre, han tenido que afanarse para conseguir los recursos de supervivencia. En el Paleolítico, la recolección y la caza requerían de esfuerzo y perseverancia; durante el Neolítico, las labores agrícolas y las ganaderas, también. Sin embargo -según muestran los indicios arqueológicos y confirman las investigaciones de sociedades “primitivas”-, las actividades económicas eran comunitarias, se compartían los esfuerzos y los frutos entre todos los miembros. Entonces, la gente no “trabajaba”. Eso llegó después, con los primeros imperios de la antigüedad, con la emergencia de las tiranías guerreras, estamentarias y machistas. Desde entonces, los más debieron sobre esforzarse y los menos acapararon la mayoría de los bienes que se laboraban.
La doble subyugación -a la escala jerárquica de poder y al género masculino- que se empezó a institucionalizar en los Estados primigenios, sus prácticas de desposeimiento, alienación y explotación, han marcado la historia de los seres humanos: en la Época Antigua, entre los amos y los esclavos; en la Edad Media, entre los señores y los siervos; y desde la Modernidad, entre los capitalistas y los trabajadores. En una evolución de progreso parcial y contradictoria que no ha erradicado en muchos lugares las condiciones de vida esclavistas, feudales y proletarias hasta el presente. De hecho, solo muy recientemente y en pocos países, las mujeres han empezado a poder emanciparse de la expropiación y la domesticación a la que fueron sometidas por el patriarcado desde hace milenios. Así, la cuestión social, la justicia debida entre iguales en naturaleza y dignidad, sigue pendiente, tanto en la política como en la economía. Y no solo en “las formas”, también, como nunca, en los objetivos.
Las circunstancias presentes para la humanidad son únicas en múltiples aspectos:
-a nivel mundial, se comparten saberes y técnicas -culturales, científicos y sociales- sobre nuestra especie y la biosfera natural que nos sostiene que nos permitirían un auténtico progreso hacia una reconciliación política auténticamente democrática y una economía humanitariamente solidaria y ecológicamente sostenible.
- pero también nos encontramos ante riesgos mundiales enormes, debido al empecinamiento de la globalización neoliberal en su patrón civilizatorio despiadado, materialista y derrochador, combinado, peligrosamente, con un enorme crecimiento demográfico mundial sin estabilizar de siete mil millones de seres humanos, y con un inminente colapso medioambiental planetario, pendiente de remedio.
Tras los oropeles y la propaganda, en el caduco mundo de los mercados neoliberales los mayores negocios continúan girando en torno a la compraventa de tres “mercancías” imposibles: las armas, los estupefacientes y las mujeres: un comercio multinacional -abrumadoramente indigno e interesadamente ilícito- de artefactos para matar más y mejor a los seres humanos, de sustancias que alivian las existencias penosas y vacías y de los cuerpos de nuestras congéneres, vejadas en objetos sexuales.
Cuidarnos entre nosotros, proteger nuestros entornos y concluir la depravación belicista, siguen siendo, aún hoy, las grandes tareas de la humanidad. Y compartir fraternalmente los esfuerzos y los frutos para lograr esos objetivos, puede ser el mejor medio para la gran mayoría de los seres humanos que hollamos la madre Tierra. Algo por lo que, también, vale la pena manifestarse el próximo 1º de mayo. Y luchar todos los días de nuestra vida.
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.









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