Nosotros tenemos razón, tu estás equivocado
Cuando varias personas comparten un mismo punto de vista resulta notable la facilidad con la que al cuestionar planteamientos discrepantes con el suyo tienden a la descalificación extrema de esos criterios
Los seres humanos, a pesar de que individualmente estamos dispuestos a reconocer que nuestros pensamientos están sometidos a la contingencia y la provisionalidad, a menudo caemos en la ficción de creer que cuando coincidimos con otras personas en certidumbres, éstas, además de más populares, se vuelven más verosímiles.
Este fenómeno de validar las certidumbres en consideraciones no verificadas también puede darse en quienes participan de creencias mágicas, religiosas o ideológicas debido a que todas ellas creen contar con una autoridad superior como aval de sus convicciones y, por ello, pretenden estar en posesión de la verdad última. Las supersticiones animistas, las sectas religiosas y las ideologías sociopolíticas cifran en sobrenaturales fuerzas, en todopoderosas divinidades o en extraordinarios próceres su infalibilidad, por lo que se autoconsideran liberadas de dar razones contrastables de sus aseveraciones.
En el ámbito específico de las doctrinas políticas estas pretensiones son terreno abonado a formas rígidas e intolerantes de apoyar las causas. Así, tanto en el liberalismo, como en el socialismo, en el comunismo o en el anarquismo se ha dado lugar a facciones internas enfrentadas fanáticamente entre sí y con todas las demás ideologías. Pero esta dinámica irracionalista no es consustancial a los contenidos de estos sistemas de interpretación social, aunque faciliten el equívoco cuando pretenden ser un conocimiento definitivo de lo político.
Es la vieja creencia de que la realidad tiene un substrato esencial que se puede determinar a través de ideas y de que hay una facultad racional infalible para la comprensión general del mundo humano -poderosos iconos del idealismo filosófico y de la sociología moderna -, la que aún seduce a muchos individuos que dejan de cuestionarse la vida, para subsumirse en teorías consoladoras y dadoras de sentido porque todo lo explican y todo lo saben, en apariencia, pues, de hecho, son falaces. Es ese abandono del esfuerzo de pensar personalmente, de sus cuitas e incertidumbres, el fermento necesario para el fanatismo.
La historia del pensamiento está llena de personas que realizaron y realizan esfuerzos extraordinarios por interpretar y comprender la historia social, y que ha aportado sus propuestas sobre los sentidos y las vías de la dignidad humana, todo lo cual es muy loable y de agradecer. Pero si en algún lugar es seguro que “el mapa no es el territorio” es en el de la sociología política, donde las condiciones materiales de la existencia, el proceso histórico y las convencionales de la cultura alcanzan el máximo nivel de interrelación y complejidad.
Así que la próxima vez que se encuentre en controversia con interlocutores que, como argumento de autoridad, apelen a su número de adeptos y/o a la amplitud de pretensiones de su sistema ideológico, para increparle que la verdad está con ellos, no se dé por aludido. Y frente a tantas certidumbres falsas siga usted con sus incertidumbres verdaderas. Requiriendo el dialogo riguroso para la comprensión interpersonal y la democracia como régimen político para la salvaguarda de la pluralidad de visiones de lo común. Pues ya lo reflexionaba hace unos siglos Francis Bacon: “Quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar, es un idiota; quien no osa pensar es un cobarde”.
Xavier Aparici Gisbert. Filósofo y Secretario de Redes Ciudadanas de Solidaridad.
http://bienvenidosapantopia.blogspot.com.
Este fenómeno de validar las certidumbres en consideraciones no verificadas también puede darse en quienes participan de creencias mágicas, religiosas o ideológicas debido a que todas ellas creen contar con una autoridad superior como aval de sus convicciones y, por ello, pretenden estar en posesión de la verdad última. Las supersticiones animistas, las sectas religiosas y las ideologías sociopolíticas cifran en sobrenaturales fuerzas, en todopoderosas divinidades o en extraordinarios próceres su infalibilidad, por lo que se autoconsideran liberadas de dar razones contrastables de sus aseveraciones.
En el ámbito específico de las doctrinas políticas estas pretensiones son terreno abonado a formas rígidas e intolerantes de apoyar las causas. Así, tanto en el liberalismo, como en el socialismo, en el comunismo o en el anarquismo se ha dado lugar a facciones internas enfrentadas fanáticamente entre sí y con todas las demás ideologías. Pero esta dinámica irracionalista no es consustancial a los contenidos de estos sistemas de interpretación social, aunque faciliten el equívoco cuando pretenden ser un conocimiento definitivo de lo político.
Es la vieja creencia de que la realidad tiene un substrato esencial que se puede determinar a través de ideas y de que hay una facultad racional infalible para la comprensión general del mundo humano -poderosos iconos del idealismo filosófico y de la sociología moderna -, la que aún seduce a muchos individuos que dejan de cuestionarse la vida, para subsumirse en teorías consoladoras y dadoras de sentido porque todo lo explican y todo lo saben, en apariencia, pues, de hecho, son falaces. Es ese abandono del esfuerzo de pensar personalmente, de sus cuitas e incertidumbres, el fermento necesario para el fanatismo.
La historia del pensamiento está llena de personas que realizaron y realizan esfuerzos extraordinarios por interpretar y comprender la historia social, y que ha aportado sus propuestas sobre los sentidos y las vías de la dignidad humana, todo lo cual es muy loable y de agradecer. Pero si en algún lugar es seguro que “el mapa no es el territorio” es en el de la sociología política, donde las condiciones materiales de la existencia, el proceso histórico y las convencionales de la cultura alcanzan el máximo nivel de interrelación y complejidad.
Así que la próxima vez que se encuentre en controversia con interlocutores que, como argumento de autoridad, apelen a su número de adeptos y/o a la amplitud de pretensiones de su sistema ideológico, para increparle que la verdad está con ellos, no se dé por aludido. Y frente a tantas certidumbres falsas siga usted con sus incertidumbres verdaderas. Requiriendo el dialogo riguroso para la comprensión interpersonal y la democracia como régimen político para la salvaguarda de la pluralidad de visiones de lo común. Pues ya lo reflexionaba hace unos siglos Francis Bacon: “Quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar, es un idiota; quien no osa pensar es un cobarde”.
Xavier Aparici Gisbert. Filósofo y Secretario de Redes Ciudadanas de Solidaridad.
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Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.








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