EN LA VÍSPERA DEL ARCÁNGEL SAN MIGUEL
De cuando el Seis Pesetas se escondió en la Montaña de los Huesos
El Seis Pesetas se consideraba por encima del bien y el mal. Desde su oficina de la secretaría del Ayuntamiento de Tunte gobernaba toda la cuenca de Tirajana. Los alcaldes se iban sucediendo en sus cargos y él ni se inmutaba.
Cuando llegaban las elecciones, como cacique de tercer grado, recibía instrucciones del gobernador civil para lograr que el Encasillado, el designado por el partido fuera elegido. Lo del ser elegido era un decir, el tenía el cucharón en su mano y sacaba los votos del puchero necesarios para su “elección”. Buen pucherazo, sí señor.
Los juicios de faltas los manejaba con total soltura. Junto con la secretaría era Juez de Paz. Si apelaban a Las Palmas, el Seis Pesetas hablaba con sus amigos del partido, con los jueces e inspectores, abogados y comisarios. No tenía freno alguno, seguía al pie de la letra el dicho máximo del caciquismo: Al amigo, todo. Al enemigo, leña.
Solo existía un ser que le causaba respeto. Desde su niñez en Valsequillo, pueblo devoto del Arcángel San Miguel, la historias del Perro Maldito y el castigo que recibió lo tenía muy asustado.
La víspera del 29 de septiembre, montado en su jumento salía por patas de la Villa de Tunte y se escondía en las cuevas de la cercana Montaña de los Huesos. A la luz de un carburo se enroscaba en una manta. Apenas comía, esperando que el día de San Miguel pasase sin tocarlo. Desde la lejanía oía voces: San Miguel, llévate al Perro Maldito.
Cuando llegaban las elecciones, como cacique de tercer grado, recibía instrucciones del gobernador civil para lograr que el Encasillado, el designado por el partido fuera elegido. Lo del ser elegido era un decir, el tenía el cucharón en su mano y sacaba los votos del puchero necesarios para su “elección”. Buen pucherazo, sí señor.
Los juicios de faltas los manejaba con total soltura. Junto con la secretaría era Juez de Paz. Si apelaban a Las Palmas, el Seis Pesetas hablaba con sus amigos del partido, con los jueces e inspectores, abogados y comisarios. No tenía freno alguno, seguía al pie de la letra el dicho máximo del caciquismo: Al amigo, todo. Al enemigo, leña.
Solo existía un ser que le causaba respeto. Desde su niñez en Valsequillo, pueblo devoto del Arcángel San Miguel, la historias del Perro Maldito y el castigo que recibió lo tenía muy asustado.
La víspera del 29 de septiembre, montado en su jumento salía por patas de la Villa de Tunte y se escondía en las cuevas de la cercana Montaña de los Huesos. A la luz de un carburo se enroscaba en una manta. Apenas comía, esperando que el día de San Miguel pasase sin tocarlo. Desde la lejanía oía voces: San Miguel, llévate al Perro Maldito.
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.








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