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Las principales lacras del libertinaje capitalista (y II)

Miércoles, 13 de Julio de 2011
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El primer Informe de la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo que vinculó la economía con la deteriorada situación ecológica mundial se publicó en 1988. En él se acuñó el objetivo del desarrollo sostenible, "el desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades". Desde entonces, el modelo de crecimiento capitalista, sus fuentes energéticas primordiales y sus finalidades, han continuado comprometiendo las condiciones generales de sostenibilidad hasta suponer una amenaza creciente para el presente y el futuro de la humanidad. Así, el modo capitalista de explotar, producir, transportar y redistribuir recursos, bienes, servicios y residuos, que no logra cumplir humanitariamente con las necesidades primordiales de las generaciones presentes, nos hace cursar como una auténtica fuerza de extinción masiva para el planeta. El cambio climático debido a causas humanas, la destrucción de múltiples ecosistemas y el colapso masivo de especies, junto al deterioro generalizado de las tierras de cultivo y a la contaminación de los acuíferos de agua dulce, son algunas de las peores consecuencias de este patrón económico “ecocida” el cual, si no ponemos coto a la debacle, transferiremos a nuestros desposeídos descendientes. No obstante, las instancias de poder, ante los contrastados retos generales descritos, reaccionan oponiendo una fuerte resistencia a cambiar las estrategias y las finalidades. Esto es debido a que el Capitalismo privilegia desaforadamente a unas reducidas élites y a sus clases subalternas, por lo que éstas continúan perseverando en el aseguramiento de sus recursos y su status de poder. Y allí donde la fuerza bruta no es suficiente, estas pretensiones se promocionan culturalmente como derechos a la propiedad privada y al enriquecimiento económico particulares ilimitados en su alcance y sin responsabilidades sociales, justificándolos en la pretendida naturalidad de estos propósitos y en la supuesta eficacia del mercado “libre” para asignar adecuadamente los recursos escasos. De este modo, el egoísmo ante los demás y el afán de lucrarse con sus necesidades serían las tendencias más naturales en la convivencia y, por tanto, habría que respetarlas y promocionarlas. Del mismo modo, la concurrencia de la oferta y la demanda en un espacio mercantil no sujeto a distorsiones administrativas, sería suficiente para asegurar la justicia en las transacciones económicas. Con tales alienantes postulados se ha forjado un eficaz complejo disuasorio. Así se explica la notable incompetencia general del sistema capitalista para gestionar las capacidades laborales de la población, para generar riqueza social y para conservar los recursos ambientales con respeto humanitario, equidad económica y eficiencia ecológica. Pues los verdaderos intereses de las élites capitalistas son los del máximo acaparamiento material, a costa de lo que sea. Y sin asumir más responsabilidades que las estrictamente legales, si es que no pueden manipularlas y zafarse. El Capitalismo es, además, enemigo de las democracias. Estos regímenes políticos, al contrario de lo que pretende la trivialización “neoliberal”, no consisten en meras normativas electorales sino que se expresan en sistemas de gobierno éticamente sustanciales y con coherencia procedimental. Y se validan como Estados de Derecho al legitimar la soberanía popular, el ejercicio pleno de la ciudadanía y el reconocimiento generalizado de sus derechos sociales, políticos y económicos. Por todo ello, los poderosos del mundo no han cejado de medrar para neutralizar esos Estados de Bienestar con todos los medios a su alcance, pues les iba en ello su supervivencia futura. Para hacer prevalecer sus pretensiones de hegemonía globalizada los detentadores del poder económico contemporáneo han necesitado de regímenes democráticos mínimos, débiles y corruptibles para asegurarse el amedrentamiento y el embrutecimiento generalizado de las sociedades. Y tras haber conseguido sus objetivos, eso es lo que estamos viviendo, la corrupción generalizada de las élites en el poder, entregadas al becerro de oro y abandonando, sin tapujos, sus responsabilidades humanitarias y ecológicas. Hasta que la ciudadanía reaccionemos solidariamente y tomemos, de una vez, nuestro legítimo protagonismo.
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