En el denominado movimiento 15-M, según dicen algunos de ellos que se han autoerigido como portavoces del todo el movimiento, no sólo de sus “asambleas”, están toditos indignados. No hay por qué dudarlo, seguramente dicen la verdad, porque indignados, lo que se dice indignados, estamos casi todos en España, tal vez con la excepción de los miembros de la casta política en el machito y beneficiarios de prebendas progresistas, porque los aspirantes a cargos, del partido o de la oposición, también están muy “amulados” porque no les ha llegado ya su hora y están hartos de mantener el carné del partido en la boca. Y tal vez, con más razones que ningún otro grupo, estarán indignados los más de cinco millones de parados junto con sus familias, trágicamente llegando ya a los seis reales sin maquillaje ni tippex (usar marca acreditada Caldera, “la verdad nunca más se viera”).
La cuestión básica, a mi modo de entender, es que no todos estamos indignados por lo mismo, incluso sospecho que nuestra inquina va en direcciones opuestas. Unos quieren más libertad y justicia, otros más socialismo del tipo cubano, ideología trasnochada donde se ha cumplido la famosa e inexorable Ley de Hierro que se define con la fórmula: “Socialismo = Ruina”. Además, en todos las experiencias que han existido después de Marx y Lenín, con un corolario: “Revolución o muerte”, o ambas a la vez, con los beneficios de la revolución para la nomenclatura y la muerte o el Gulag para los disidentes. Y hay indignados que dicen querer eso como solución a los problemas, pero otros se horrorizan sólo de pensarlo aunque compartan ocasionalmente“manifa” y asamblea, que curiosamente no se suelen manifestar ni acampar frente a los edificios que alojan las sedes del partido gobernante, ni sus Casas del Pueblo, ni las del patrimonio sindical de CCOO y UGT (ocasionalmente en las patronales), ni a las delegaciones del gobierno y ni en sueños, frente a los frescos y cuidados jardines de La Moncloa o del Pardo, donde moran el Presidente del Gobierno y el Jefe del Estado de España, país donde vivimos y somos nacionales los que hoy nos declaramos democráticamente indignados.
A este movimiento, a falta de una denominación más clara, se le llama del 15-M. En unos primeros momentos, también fue “democracia real ya”, “la segunda transición”, “indignados”, etc. A medida que se iban sumando grupos de todo matiz y condición, la cosa empezó a hacerse más difusa y hasta Cayo Lara quiso arrimar el ascua a su sardina. Algunos grupos eran tan clamorosamente antisociales, no les llamo a propósito antisistema, que fueron llamados “perros flauta”, hasta que ellos replicaron que sí eran perros, pero con pedigrí. Algunos incluso pensamos que este grupo, más que indignados, son realmente indignantes.
Cuando los portavoces (¿de quién exactamente?) daban ruedas de prensa y los periodistas que no eran abroncados o expulsados les preguntaban por un acto repulsivo o delictivo, lo que representaban esos portavoces era tan difuso que siempre podían afirmar sin rubor que aquellos infractores no pertenecían al movimiento 15-M. En otros tiempos los hubieran acusado de ser agentes del contubernio comunista-judío-masónico, hoy les tildan de ser miembros del movimiento ultraliberal y lectores asíduos de los Protocolos de los Sabios de Sión, ya que es falacia común que el sionismo, dicen sin saber decir para referirse a los judíos, está tras todos los males que se padecen en el planeta Tierra, por el momento. Pero alguno de esos menos que presuntos portavoces quince-emeros podría aclarar ¿quién y dónde se expide el carné de indignado y qué requisitos se precisan?
De una forma vergonzante, caso del PP por ejemplo, y más vergonzosa en el caso de Rubalcaba, (el Sr. “Pe Punto” o “Simplemente Alfredo” para los muy suyos), los partidos políticos no quieren molestar demasiado a esos grupos sociales, los más jacarandosos acampados ilegalmente pero tolerados por el Ministerio del Interior, pensando que como la cabra siempre tira el monte, siempre podrán ser convocados espontáneamente para manifestarse frente a quien ose proponer, o en su caso aprobar, las duras medidas económicas y sociales necesarias que palien la ruina total que lamentablemente han provocado los que gobiernan en España, aunque inicialmente el epicentro del terremoto estuviera fuera y otros países quisieron y pudieron hacer lo necesario para evitar o limitar que se disparara el paro.
Tan burda resulta ya la manipulación que el digitalizado Rubalcaba, de momento sólo aspirante a presidente de España, pide que parte de los beneficios de bancos y cajas se usen para generar empleo. Por muy aplaudido que sea este sofisma, hay que recordarle que eso es ya así. Los beneficios de las cajas, gobernadas por políticos y sindicalistas, son para la Obra Social. Los dividendos que generan los bancos van, en su mayor parte, a los centenares de miles de pequeños accionistas. Unos los ahorran de nuevo, generando así fondos que permiten nuevas inversiones en empresas y la consiguiente creación de puestos de trabajo. Otros invierten su dinero, ganado honradamente con sus acciones y adquiridas con su esfuerzo y ahorro, no con el dinero público, en sus propias actividades o lo gastan comprando bienes y servicios de otras empresas. Tal vez sería bueno recordarle al candidato Alfredo lo que fueron y supusieron las celebérrimas acciones de Telefónica llamadas popularmente “matildes”. Y de paso pedirle, con todo el respeto que sus proclamas merecen, que no parece muy correcto culpar a la ahorradora y previsora hormiga de los males que le sobrevienen a la cigarra por la vida disoluta y social, aunque siempre progresista, en el invierno, metáfora de la crisis que nunca existió y de la que ya estamos saliendo… ¡lo que hay que oír!







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