Ecológicamente, como las demás especies de la Biosfera, la humanidad sobrevive obteniendo de los entornos agua, alimentos y acomodo, pugnando por pervivir generación tras generación. No importa cuán sofisticadas sean nuestras sociedades y nuestros medios tecnológicos de procesamiento, únicamente dentro de este marco es posible nuestra pervivencia.
Durante muchos milenios, el modo específico de supervivencia humano consistió en recolectar y cazar en la naturaleza lo necesario para perpetuarnos. Este diseño, con diferencia, el más longevo de nuestra especie, aún hoy en día se da en comunidades marginales y en las inscritas en algunos grandes ecosistemas salvajes. Socialmente, se caracteriza por ser una economía de la reciprocidad: todos nos esforzamos, todos compartimos.
No obstante, en torno al 7.000 a.C., este modo “depredador” de existencia se transformó en “productor” a partir de la domesticación de plantas y animales y de la sedentarización en poblados que trajo. La concentración de recursos y la conservación de los mismos aumentaron el nivel de vida y la agrupación demográfica de manera notable. Y con el aumento y diversificación de excedentes, el comercio y el atesoramiento de los bienes crecieron de forma inaudita. Aún así, parece ser que la solidaridad continuó siendo la tónica en las relaciones intra comunitarias.
Pero cuando emergieron los llamados Estados primigenios, las primeras ciudades estado, las comunidades humanas ya estaban estratificadas según férreas jerarquías de dominio, donde la supervivencia de los más estaba supeditada al poder despótico de unos pocos y a las abusivas cargas que, a través de sus sicarios, les imponían. Así, la dinámica de obtener “productivamente” los recursos quedó marcada por la rapiña de las castas dominantes que se especializaron en acaparar sus beneficios.
Con todo, de los modelos basados en la esclavitud y la crueldad extremas, se evolucionó a sociedades estamentarias de señores y siervos, menos cruentas. Al fin, con las revoluciones del siglo XVIII en Occidente, se comenzó un azaroso proceso de socialización del poder y de liberación ciudadana que nos ha llevado, en la actualidad, a que haya igualdad política en bastantes países. Pero en este periodo también se consolidaron, con el capitalismo incipiente y el trabajo asalariado, mayores medios de enriquecimiento excluyente y nuevas formas de servir a las clases pudientes.
De este modo, en nuestros tiempos la tensión entre la emancipación cívica de quienes, en conjunto, sostienen las sociedades y quienes, perpetuando privilegios, acaparan los bienes que se generan, ha llegado al paroxismo. Nunca antes, tantos seres humanos se habían sentido legitimados en exigir la igualdad en los derechos y en los deberes fundamentales para constituir sociedades democráticas y de progreso, compartiendo las decisiones, los esfuerzos y los frutos solidariamente; jamás tan pocos habían raptado tanta riqueza al conjunto, y esta vez, llegando a colapsar los ecosistemas naturales planetarios y sus recursos que nos permiten sobrevivir como especie.
En un mundo técnica y científicamente desarrollado, económica y comunicativamente globalizado y enfrentado a graves cuestiones demográficas y ecológicas de viabilidad futura, esta pugna debería estar ya decidida hacia la dignidad, la prudencia y la solidaridad reencontradas: en el amanecer de un modo de supervivencia humanitaria centrado en el cuidado, mutuo entre humanos y del entorno natural del que inexorablemente dependemos. Lo demás, lo de siempre desde que nos civilizaron a sangre y fuego, es sumirnos en la obscuridad completa y en pesadillas sin fin. Despertemos, que alborea.
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.55