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Internet como nuevo ámbito de liberación

Domingo, 13 de Junio de 2010
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“1984” es una de las obras literarias más inquietantes del siglo XX. Escrita por George Orwell en 1949, ha sido definida como una anti utopía; la anticipación de una sociedad futura sojuzgada por un estado totalitario y su dirigente, “el gran hermano”, empleando para ello omnipresentes medios (como la “telepantalla” que en los hogares transmite información sonora y visual constantemente y que, simultáneamente, capta los sonidos y las imágenes de su entorno) que vigilan y adiestran a sus alienados ciudadanos, según las tres consignas del Partido Interior: “la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”. Esta novela resulta aún vigente pues en la actualidad, el control y la manipulación institucionales de la información y de las actividades de los ciudadanos, sean con fines coercitivos o no, lejos de disminuir, están más perfeccionados y desarrollados que nunca. Aunque a controlar y a manipular se empezó muy pronto. Desde la aparición de los llamados imperios primigenios (Mesopotamia, Egipto, Persia…) las sociedades humanas se han configurado básicamente en dos clases: la conformada por las élites, una minoría que detenta los medios del poder guerrero, económico y religioso y la de los desposeídos, que sostiene con su esfuerzo a la clase dirigente y a sus subalternos. Esta dualización social, esta fractura en los esfuerzos de la reproducción de los medios de supervivencia y en el acceso a los bienes comunitarios, fue perpetuada institucionalmente a través de la represión civil y militar, de la justificación religiosa y metafísica y de la naturalización cultural, evolucionando históricamente según contextos y civilizaciones. A mediados del pasado siglo, con la instauración de los sistemas constitucionales y democráticos en los países occidentales, este estado de cosas se modificó sustancialmente en dos de los tres ámbitos: la influencia de las iglesias perdió hegemonía ante un orden social que ya se ratificaba como un constructo de la voluntad civil y no como un reflejo de la divinidad, y también el uso de la violencia directa sobre la población perdió legitimidad, pues en estos regímenes políticos de libertades y derechos, se reconocía, por fin, al pueblo en su conjunto, como único soberano legítimo. Desde entonces, en estos países la pervivencia de las élites, sus intereses y privilegios, quedó supeditada, sobre todo a la justificación cultural del papel que supuestamente cumplen y a la manipulación “entre bambalinas”. Así, tras siglos y siglos de impedir el acceso generalizado a los bienes culturales y de amedrentar los cuerpos y las almas, con la imparable democratización de occidente tras la segunda guerra mundial, la estrategia aparentemente se invertía. Pues en realidad, con el avance tecnológico y la liberación de las costumbres, este control de la información y manejo del conocimiento por parte de los poderes fácticos solo se solapó tras el discurso oficial. Este ocultamiento vino a complementarse con el desarrollo de unas importantes industrias de la distracción y el espectáculo populares, sostenidas en potentísimas herramientas: un gigantesco remedo del Circo en el Imperio Romano, una versión edulcorada de 1984, sustentados mediáticamente en los consolidados medios escritos impresos y en los más novedosos sonoros de la radiodifusión y visuales del cine y la televisión. Con ello, aunque en nuestros poderosos países industriales la alfabetización se extendió velozmente y los estudios y conocimientos “superiores” se abrieron notablemente al acceso popular, la información más sensible, la socioeconómica, permaneció estratégicamente oculta o difuminada en un mar de datos irrelevantes o tendenciosos. Y así, el status quo de la pervivencia de unas élites de poder, que manipulan a su interés las conciencias y las acciones de la multitud ciudadana, ha podido seguir perpetuándose. Aunque los poderosos ya solo se pueden “justificar” en la situación que mantienen de hecho para continuar en su hegemonía, el sistema jerárquico autoritario que imponen, gracias a la alienación que difunde en lo social, parece resistir consistentemente los sucesivos embates de la conciencia emancipatoria. O así ha sido hasta que llegaron los ordenadores y se extendió la red virtual, Interned. La revolución tecnológica de la informática ha supuesto el crecimiento exponencial en la capacidad de almacenamiento y procesamiento de datos. La cantidad de datos es ingente, mayúscula comparada con cualquier medio anterior, y asimismo, su manejo operacional está más allá de cualquier comparación previa. Los datos, desde luego, son muchas cosas: en lo pequeño, registros infinitesimales lógico matemáticos de miríadas de referencias y en lo más grande, ingentes cantidades de cifras, palabras, sonidos e imágenes. Un inabarcable universo virtual de cálculos, razonamientos, melodías y filmaciones. Un sinfín de caprichosas trivialidades y absurdas manifestaciones, pero también de informaciones rigurosas y contrastadas, de conmovedoras expresiones estéticas y de vastos conocimientos y saberes. Internet ha supuesto, por primera vez en la historia de las sociedades institucionalizadas, la capacidad de romper la unidireccionalidad en la producción y la transmisión comunicativa, y con ello, terminar con el control selectivo de los datos, la información y el conocimiento. Los ordenadores personales conectados a la Red, permiten a millones y millones de personas por todo el mundo, recibir y emitir, aprender y enseñar, obtener y compartir, al margen y a pesar del sistema que hasta ayer, refugiado en ese control sustraído y en ese privilegio jerárquico, ha domeñado al conjunto. Y eso es, desde luego, motor y parte de la liberación civilizatoria que alborea. Si no, hagan una prueba: pónganse a leer cualquier artículo de la prensa digital. Cada término que les resulte desconocido; cada concepto que les llame la atención; cada dato, cada nombre, cada tema, póngalo en el buscador y…tómense su tiempo porque aprenderán todo lo que estén dispuestos a saber.
Javier Aparici Gisbert
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