La profesión está desvirtuada. Ya no estamos orgullosos a veces de ser periodistas con la fauna que nos invade. Cada vez son más los "frie-croquetas" que se incorporan a un medio de comunicación. Escriben, copian, hablan, opinan o se dejan ver en la pequeña y cutre pantalla. Saben de todo, son expertos tertulianos incansables. Cada mañana ellos son la actualidad. Mientras no exista un código ético que se aplique a "raja tabla" tendremos que soportar todo tipo de actos ridículos a diario. Sentimos verdadera vergüenza ajena a veces. En esta sociedad cualquiera puede formar parte de esta reconocida profesión, que pasa uno de sus peores momentos precisamente por el preocupante intrusismo que vive. Por eso también somos el hazmereir de otras regiones. Después están los pasados de rosca, seguro que saben a los que nos referimos. Incluso hasta se darán por aludidos y nos divertimos un día más con sus desequilibrios, tan fáciles de desestabilizar aún más si cabe. Menos mal que de vez en cuando el psicólogo de turno baja y les da una charlita para que se calme hasta la próxima esquizofrenia. Decimos lo del pase de rosca por la cátedra que sienta a veces estos elementos en cualquier lugar y sus poderes para instaurar el miedo entre los más débiles aspirantes a periodistas, aquellos pobrecitos que también andan perdidos, que no fueron al cole porque les gustaba la marcha turística más de la cuenta y ahora se quieren hacer un hueco en la profesión para no freír más croquetas o servir "happy hour". De pena. Pero acabará, seguro. Quiera o no el político de turno, quien saldrá junto o antes de que se inmolen en su entorno.







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