Una salida con rumbo desconocido
El viaje a la desescalada en un barco herido, con un pirata tuerto y patapalo en el timón
Ya tenemos calendario preparado para el viaje de la desescalada. Me pregunto si los españoles estamos preparados para soltar amarras y salir otra vez a navegar, si contamos con suficiente aguada y pertrechos para enfrentarnos a los misteriosos y anchos océanos de la vida económica y social que nos aguarda en nuestro nuevo planeta traspandémico. Llevamos mucho tiempo en dique seco, enclaustrados cumpliendo cívicamente con el confinavirus decretado por el Gobierno. Y allá afuera está el ancho mundo.
A poco para embarcar hacia las calles y los parques de la libertad, me embarga el susto de una duda razonable. Es sobre la resistencia que ofrecerán a las tempestades los endebles barcos de nuestra desvencijada armada después de la batalla. Aún no ha terminado la guerra y nuestra flota presenta el penoso retablo de Trafalgar. El estado de salud laboral y financiero de nuestro país es pulcramente calamitoso: 3,3 millones de personas desempleadas y 21 millones de españoles (pensionistas, parados y funcionarios) viviendo cada mes del mermado presupuesto del Estado. Los doctores europeos dicen que nuestro encefalograma socioeconómico pinta plano, aplastado por la realidad de la trashumante tragedia mundial.
Intento acotejarme e ideo cómo reiventarme para volver a ser una persona felizmente adaptada a la vida y las leyes que nos depare el nuevo y desconcertante mundo. Me pregunto sobre cuál será el comportamiento que tendremos durante la travesía, en los días, meses y años venideros. Me cuestiono sobre todo por el desempeño de los marinos que tripulan el navío del Gobierno nacional al mando del lord almirante, nuestro excelentísimo Presidente Pedro Sánchez. Me surgen muchas y serias dudas y sobre el verdadero valor de su casta no me fío. Recelo sobre la calidad y el alto coste que este viaje tendrá para el conjunto de los viajeros que formamos el pasaje general.
¿Cuál es el rumbo?
Cuando nuestro lord almirante decida la partida, si es que finalmente toma la decisión de decidirse, y arría la bandera de salida, ¿cuál será nuestro rumbo? ¿Seguiremos los españoles mirando al puerto del pasado o retaremos atrevidos y osados al futuro? ¿Repetiremos estrategias o innovaremos? ¿Restauraremos el viejo orden de las cosas o nos daremos un orden nuevo? Al menos quisiera saber de antemano qué camino vamos a seguir si decidimos marchar de frente. ¿Nos aventuraremos moderadamente abarloados a izquierda y derecha? ¿Navegaremos acaso en busca de seguridad y aguas tranquilas por la recomendable senda del centro? En definitiva, quisiera saber qué haremos para que prospere en el tiempo, en su forma y sobre todo en sus contenidos la famosa y denostada Comisión Parlamentaria que se dedicará en cuerpo y alma a la supuesta Reconstrucción Nacional Pospandémica. Porque este viaje necesario puede ser un sueño, pero también un dilema.
Nuestro rumbo no está claro. A la vista del astuto y zorro discurso de nuestro gran almirante, incontinente, desatinado y también con un desacertado apego a verbalizar falacias mentales, es bastante probable que nuestro barco nodriza siga girando su timón de forma insensata e inmadura hacia la izquierda extremista y un pacto-reparto que ya es soez. No es lo deseable, verdad. Para optimizar la dura travesía mucho y bien, sería bueno en este viaje que las distintas voces de España se conjuraran para declinar a coro y sin fallos los verbos dialogar, negociar y acordar. Y juntos alcanzar verdaderos acuerdos de Razón de Estado para enmarcar y recordar, para celebrar en el presente y también en la posteridad. Es verdad que todavía no están los distintos apóstoles en disposición de unir sus epístolas en una sola biblia de lectura común, pero deben saber que su rezo comunitario nos ayudará a capear mejor los presumibles temporales que nos atenazarán durante el viaje. Debemos tener claro que no existe otro mapa para llegar sanos y salvos a la isla del tesoro, a la ansiada recuperación de España sin perder un ápice de su independencia como una nación de naciones con los pilares democráticos de un estado constitucional de derecho.
Sea cuál sea el horizonte y el rumbo que nos tracemos, será un error volver al puerto de las catacumbas ideológicas del frentismo que nos atormentaba antes de que nos envolviera la pandemia del Covid-19, el bicho malo que nos convirtió de la noche a la mañana en prisioneros miopes de una telemática modernidad. Sería recomendable que el desvirtuado PSOE recobrara el norte, las antiguas y honrosas razones que lo engendraron como partido excepcional. Es imprescindible que deje definitivamente de recurrir socarrona y socorridamente al peligroso y trufado guerracivilismo ideológico que comparte como ignorante alimento de bancada con su sobrevalorado y sobrealimentado socio de Podemos. En este viaje, el engendro universitario del caníbal y hambriento comandante Pablo Iglesias haría bien en resetear su doctrinario discurso y democratizarse (desenfangarse) por dentro y por fuera. A los forofos y ardientes portavoces de este partido, donde prenden como fósforos las ideas, habría que brindarles la oportunidad de una cura de humana y humilde dignidad para sus pirómanas manías de incendiarios sociales.
Con tino y con tiento
En este viaje será prudente, necesario y elocuente que los dos partidos políticos que forman el gobierno bicéfalo de este país dejen de alimentar las televisiones y los patios vecinales con el odio y el rencor divisionista que destilan las secuelas de su cansina y particular película sobre la historia de España. No está bien que sigan abonando permanentemente el sembrado electoral con esa mezquina y endiablada estratagema que llevó a la aparición inflamatoria de VOX como su alterego, convertido en el espejo que necesitaban socialmente para su propia bendición existencial.
Aunque este país sea parrandero, tierra amorosa de sol y alegrías, y también de banderas en los balcones, no podemos ni debemos permitirnos después de tanto luto, y de tanta pena por tantos muertos sin despedidas, lanzarnos alocados en los brazos del viento, aventurarnos hacia el abismo marítimo sin antes amansar los embates extremistas del cabotaje y sin desplegar coordinados el velamen de nuestros maderos. Ahora que estamos dispuestos a salir por fin de la cueva debemos andarnos con tino y con tiento. Sepamos que para este importante viaje no son buenas consejeras las indecisiones que ensombrecen el carácter personal y el liderazgo dual de nuestro dear Presidente. Las dudas de nuestro almirante Pedro Sánchez tienen tanto de miedo e imaginación al más allá como tuvieron lo lemas non plus ultra de las columnas de Hércules. Quizá requieran un exorcismo de redención. Nuestro gran almirante se difumina opacado por el permanente temor a un motín de sus socios, el miedo a una vendetta mercenaria de sus marinos. Quizá por eso su característico travestismo público y ese gusto suyo por los uniformes de mentiras talentosas y envalentonadas que usaban dentro y fuera del agua los corsarios bellacos y altaneros.
Dichas sin ninguna piedad, esas mentiras lo recubren como una segunda piel. Son las cicatrices visibles que trazan sin escuadra ni cartabón la carta de navegación de la verdadera naturaleza política de nuestro excelentísimo Presidente. Forman parte del cúmulo de despropósitos éticos que cartografían y descreditan su biografía pública desde que ejercía como portavoz de la oposición en el Parlamento de España. Su discurso televisivo y parlamentario durante todo el confinavirus reitera que es la fachada de un mal barniz. En el fondo de su despliegue late y subyace la deshonrosa y engreída ambición por el poder que ya esgrimió siendo aquel grumete que renegó y renegó de Pablo Iglesias, y que desde la tribuna de su escaño en el templo de nuestra democracia denunció el desgobierno de Rajoy reclamándole dimisiones por un solo caso de ébola que acabó con el preventivo sacrificio sanitario (horteramente telegrafiado) de la vida de un perro.
Ante el acojone debemos llenarnos de más valor. Como hicieron los cubanos en balsas y bidones hacia Miami, en esta aventura ya es un logro que sepamos del peligro que corremos al echarnos a navegar en un barco herido, sin chalecos ni botes salvavidas, al mando de un pirata cojo, tuerto, y patapalo, que pese al garfio de su mano precisa de la máxima ayuda y de la mayor lealtad.
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.








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