Estos días he tenido la oportunidad de releer a un autor, el cual supone para mí un afianzamiento en el sentimiento de orgullo y privilegio de la profesión que elegí: la de profesor. Cuántos amigos, familiares, etc. me preguntan sobre mi situación en la enseñanza, si me canso, si me “quemo”, etc.
Leyendas que los medios de comunicación sacan muchas veces desde un punto de vista, si cabe, polémico. Pues no. No estoy cansado, no estoy “quemado”. Cada vez me siento más enamorado y orgulloso de la profesión que un día escogí. Y todo esto, claro está, muy al margen de las epístolas que de tarde en tarde nos envía el administrador educativo (el político me refiero) de turno sobre nuestra tarea, sobre si estamos bien o mal pagos, de si hay que hablar de homologación (necesaria y firmada desde 1995, por cierto) o de nuevo modelo retributivo para los docentes.
De igual forma me refiero a los que nuestros compañeros de los sindicatos nos comentan sobre ese nuevo Estatuto Docente, también necesario. Pero…y el nuevo modelo de organización de los centros…¿o es que no hace falta?
La primera idea que quiero compartir con ustedes es un objetivo estratégico de la enseñanza como un proceso de implicarse en un marco de inclusión social, determinando unas directrices que nos afectan en el presente y en el futuro. Inclusión es darle valor a la atención a la diversidad, es atender en integrar (incluir) al alumnado con alguna discapacidad (física, orgánica, sensorial, intelectual), hacer partícipe al alumnado inmigrante, facilitándole su pronta adaptación al modelo educativo de nuestra comunidad.
Y esto lo vivo con pasión en el IES Faro de Maspalomas desde hace diez años. Así mismo podría ser extrapolable a cualquier testimonio de cualquier compañero o compañera en cualquier centro de cualquier municipio de Canarias.
Otra reflexión es como la escolarización obligatoria conlleva un gran impacto en las aulas, donde conviven alumnos con un gran interés por aprender y jóvenes que perciben el instituto casi como un centro de control y que tienen poco interés por progresar académicamente.
Para gestionar el impacto de la escolarización obligatoria está claro que ya no es viable el modelo pedagógico y organizativo tradicional. Son necesarios nuevos contenidos, un nuevo modelo de profesor y un nuevo modelo de organización de centro.
En cuanto a los contenidos, el modelo debe priorizar la inteligencia práctica sobre la inteligencia teórica. El profesor debe ser un pedagogo de los recursos intelectuales, afectivos y éticos de sus alumnos y ampliar su formación en el carácter y las virtudes. Ello no sólo influirá en el nivel de instrucción y cultural de los estudiantes, sino también en la mejora del capital social de nuestra comunidad canaria.
La íntima interacción entre el marco escolar y el marco social. Sigo pensando que si nuestro centro educativo funciona, pero su entorno es complicado, los conflictos llegarán. Si las administraciones políticas, los servicios públicos se degradan, la escuela se degrada. Si la red de relaciones sociales, los valores cívicos, la estructura social se diluyen, la influencia pedagógica del centro es menos efectiva. Y viceversa. Si hay crisis económica, llegarán consecuencias negativas a las aulas.
De hecho, desde que estamos en puestos directivos en nuestra organización educativa, ha sido uno de nuestros empeños el de contribuir a la mejora de nuestro municipio, pero no debe estar sólo en la acción educativa de los jóvenes. Es el municipio que educa, que forma ciudadanos, con el instituto como protagonista, pero también con los otros agentes implicados (asociaciones de madres y padres, familias en general, asociaciones empresariales, asociaciones de estudiantes y juveniles, asociaciones vecinales, cámaras de comercio, medios de comunicación, entidades cívicas, grupos y responsables políticos, etc.)
Los profesores, por lo tanto, tenemos que tener un Proyecto educativo de nuestro centro y explicarlo con orgullo a las familias y al entorno comunitario. Teniendo en cuenta que cuando asumen los alumnos de la escolarización obligatoria hasta los 16 años, está cubriendo a la sociedad –en la medida de lo posible- de no tener muchos adolescentes en la calle, sin ningún marco de referencia. La escuela, por lo tanto, va mucho más allá de los contenidos de las clases y el profesor hace una función social central de continencia.
Este reto ingente no puede ser asumido individualmente por cada profesor. Las organizaciones educativas deben ser organismos inteligentes, de miembros que trabajen en equipo, colaborando, sumando, orgullosos de su rol central en la sociedad contemporánea.
Con la ayuda de la sociedad, “de la tribu” (siempre a mi lado José Antonio Marina) y de sus representantes políticos que deberían vehicular esta función, pero con el lideraje de los maestros y maestras que se convierten en unos referentes centrales. Los maestros y maestras y profesores en general tienen que asumir lo mucho que pueden aportar al bien común.
Si embargo, en esta sociedad opulenta y deprimida, insegura e insatisfecha de si misma cuando ya tiene más de lo que necesita para vivir dignamente, las madres y padres, los educadores y los medios de comunicación no podemos ni debemos renunciar a nuestro deber de educar y trasladar toda la responsabilidad y dedicación a los profesionales de la educación.







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