Entre el cuidado y la exigencia
. En los distintos ámbitos de relación, vivimos entre la facilitación y el conflicto, siendo los polos que constituyen ese complejo convivencial la consideración plena y la exigencia más desatenta
El conjunto de conductas que caracteriza la interacción social van desde la más completa colaboración a la máxima competencia. En los distintos ámbitos de relación, vivimos entre la facilitación y el conflicto, siendo los polos que constituyen ese complejo convivencial la consideración plena y la exigencia más desatenta. El asunto no es menor, pues tanto la más básica supervivencia como la más excelsa felicidad dependen, en gran medida, de que nuestros tratos sean lo más empáticos y lúcidos posible.
Afortunadamente, en nuestros entornos culturales se han ido relajando las tradicionales formas disciplinarias: en las relaciones entre los iguales generacionalmente, pero, sobre todo, en las maneras de relacionarse entre las distintas generacionales, cada vez más, se han ido descartando la violencia verbal y la agresión física como normas del orden de convivencia. El trato a los menores, en particular, se ha visto liberado de los golpes y los castigos habituales del modelo autoritario, lo cual, desde luego, es muy de agradecer para el progreso del humanitarismo: que la letra haya dejado de entrar con sangre, que los pequeños vayan creciendo sin recibir empellones y palizas por esto y por lo otro, es, sin duda, algo necesario para que los individuos, al llegar a la adultez, no perpetúen en sus repertorios de expresión, la agresividad y el avasallamiento.
Con todo, hasta que no nos hemos ido liberando del yugo del mal trato, como procedimiento para el orden social, no hemos caído en la cuenta de que ser considerado es necesario, pero no suficiente. Pues, mientras en la sociedad perduren las jerarquías autoritarias, la dialéctica entre los verdugos y las víctimas, puede que cambie de agentes, pero, mientras no ganemos en responsabilidad y autonomía mutuas, no se extinguirá: mejor niños egocéntricos que niños maltratados, pero, eso, tampoco es lo bueno.
Lejos estamos de una sociedad no violenta. Aún falta mucho para que el cuidado consciente y la exigencia responsable sean las normas de la convivencia ciudadanas e institucionales. Y las administraciones de gobierno tampoco hacen lo necesario en la buena dirección. La actual “clase” política aún mantiene la mítica del enfrentamiento y de la distinción entre los unos y los otros como parábola y coartada de su modelo de dominio. Sobre todo en los periodos preelectorales, promueve que la escenificación de los antagonismos se exacerbe hasta el esperpento. La adulación acrítica de los propios y la descalificación sumaria de los ajenos, impregna los discursos y los lemas: la prudencia, la responsabilidad y el reconocimiento ante el pueblo soberano brillan por su ausencia, prevaleciendo la demagogia, la propaganda y el espectáculo, sobre los análisis ponderados, las propuestas razonadas y la valorización de lo democrático.
En las elecciones inminentes al parlamento de la Unión Europea, las cúpulas de la partidocracia bipartidista en el poder han vuelto a promocionar la simplificación interesada y la confrontación de sainete como estrategias de comunicación con los votantes y de motivación del electorado. Son malos tiempos para la democracia representativa, pues con el individualismo insolidario que promueve el orden conservador imperante, la asistencia y cuidado, generales y en toda circunstancia, han vuelto a ser, como antes de los Estados del Bienestar, asuntos, casi en exclusiva, familiares. Y así, los responsables del austericidio comparecen ante la ciudadanía sin el menor atisbo de autocrítica y de propósito de enmienda. Es, por tanto, un buen momento para que, en las urnas, les exijamos sus responsabilidades por tanto descuido y atropello.
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.








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