Viviendo en San Borondón
Sobre el “todo incluido” y los bufé
JOSÉ F. FERNÁNDEZ BELDA
Martes, 08 de Abril de 2014 Tiempo de lectura:
El “todo incluido” ha llegado con vocación de permanencia a bastantes hoteles vacacionales, como fórmula única o dentro de un modelo mixto que comparte con el tradicional
Sin duda el asunto del “todo incluido” y los bufé, al menos en Canarias aunque no en muchísimos otros destinos turísticos que ya lo han superado, es fruto de controversias y debates. Como todo lo que tiene que ver con los servicios, nunca es posible satisfacer a todo el mundo todo el tiempo. De ahí que estas cosas se discutan con más o menos ardor, según la posición en el que esté el comentarista o los intereses que haya en juego en esos momentos.
Pero, sin la menor duda, son dos cosas que se han ido imponiendo en los destinos turísticos, no sin haber generado una cierta polémica inicial a veces muy virulenta. El “todo incluido” ha llegado con vocación de permanencia a bastantes hoteles vacacionales, como fórmula única o dentro de un modelo mixto que comparte con el tradicional. El bufé también, pero además en la restauración en general y no sólo en la turística.
Puede haber tantas razones como clientes para aceptar o rechazar el modelo, pero no se puede negar que es una fórmula que permite al turista tener presupuestados de antemano ciertos gastos, que llegan a ser considerables cuando se viaja con niños a hoteles vacacionales y se consumen helados y refrescos en los bares piscina o similares. Cuando suman todo ese goteo de gastos, a muchos les entra la duda de si en realidad les han vendido acciones del hotel o de la embotelladora de los refrescos, cuando creían estar comprando unos simples y chorreantes cornetos que ahora les parecen “atenciones comerciales”, como las sartenes en los bancos.
La fórmula no es ni buena ni mala por sí misma, es una opción que el cliente puede elegir según su propio interés. El limitarla o perseguirla, incluso llegar a prohibirla como se ha oído a ciertos empresarios y sobre todo a sindicalistas, no es otra cosa que intentar poner puertas al campo de la oferta turística moderna, esa que busca afanosamente sus clientes en mercados competitivos en precios y, sobre todo, en servicios. Como toda oferta empresarial, las hay buenas y caras, medianas a precios razonables y otras francamente mejorables en calidad y a precios muy bajos acordes al pésimo servicio ofrecido. Es el cliente, analizando las posibilidades que le brinda el mercado y su economía, el que ha de tomar la mejor decisión para sus propios intereses, al margen de otras consideraciones que le son ajenas.
Poco tienen que decir en este asunto la casta política, tan dada a llenar de regulaciones liberticidas los boletines oficiales, excepto fijar la razonable labor de inspección para evitar fraudes. Probablemente la oposición sindical nace del hecho de que el turista ya no maneja dinero para abonar servicios de hostelería y los trabajadores han visto reducirse hasta casi desaparecer su esperado complemento económico, pura remuneración en negro, vía propinas.
Algo similar sucede con el bufé, una opción cada vez más extendida en la industria y los servicios de restauración. Al cliente se le ofrece la posibilidad de probar una más o menos amplia oferta de platos, normalmente sin restricciones en cantidad o variedad. El empresario por su parte, ve cómo se le abaratan los costes operativos, no por una bajada de la calidad de los productos, sino por la mejor racionalización de la cocina al desaparecer la demanda a la carta y por no necesitar servicios de camareros cualificados. Es fácil de ver en cualquier serie de televisión americana, por ejemplo, cómo en las fiestas, sobre todo en bodas y celebraciones con gran número de invitados, se ofrece un vistoso bufé más que un servicio en las tradicionales mesas redondas tan de nuestra cultura social.
Pero, sin la menor duda, son dos cosas que se han ido imponiendo en los destinos turísticos, no sin haber generado una cierta polémica inicial a veces muy virulenta. El “todo incluido” ha llegado con vocación de permanencia a bastantes hoteles vacacionales, como fórmula única o dentro de un modelo mixto que comparte con el tradicional. El bufé también, pero además en la restauración en general y no sólo en la turística.
Puede haber tantas razones como clientes para aceptar o rechazar el modelo, pero no se puede negar que es una fórmula que permite al turista tener presupuestados de antemano ciertos gastos, que llegan a ser considerables cuando se viaja con niños a hoteles vacacionales y se consumen helados y refrescos en los bares piscina o similares. Cuando suman todo ese goteo de gastos, a muchos les entra la duda de si en realidad les han vendido acciones del hotel o de la embotelladora de los refrescos, cuando creían estar comprando unos simples y chorreantes cornetos que ahora les parecen “atenciones comerciales”, como las sartenes en los bancos.
La fórmula no es ni buena ni mala por sí misma, es una opción que el cliente puede elegir según su propio interés. El limitarla o perseguirla, incluso llegar a prohibirla como se ha oído a ciertos empresarios y sobre todo a sindicalistas, no es otra cosa que intentar poner puertas al campo de la oferta turística moderna, esa que busca afanosamente sus clientes en mercados competitivos en precios y, sobre todo, en servicios. Como toda oferta empresarial, las hay buenas y caras, medianas a precios razonables y otras francamente mejorables en calidad y a precios muy bajos acordes al pésimo servicio ofrecido. Es el cliente, analizando las posibilidades que le brinda el mercado y su economía, el que ha de tomar la mejor decisión para sus propios intereses, al margen de otras consideraciones que le son ajenas.
Poco tienen que decir en este asunto la casta política, tan dada a llenar de regulaciones liberticidas los boletines oficiales, excepto fijar la razonable labor de inspección para evitar fraudes. Probablemente la oposición sindical nace del hecho de que el turista ya no maneja dinero para abonar servicios de hostelería y los trabajadores han visto reducirse hasta casi desaparecer su esperado complemento económico, pura remuneración en negro, vía propinas.
Algo similar sucede con el bufé, una opción cada vez más extendida en la industria y los servicios de restauración. Al cliente se le ofrece la posibilidad de probar una más o menos amplia oferta de platos, normalmente sin restricciones en cantidad o variedad. El empresario por su parte, ve cómo se le abaratan los costes operativos, no por una bajada de la calidad de los productos, sino por la mejor racionalización de la cocina al desaparecer la demanda a la carta y por no necesitar servicios de camareros cualificados. Es fácil de ver en cualquier serie de televisión americana, por ejemplo, cómo en las fiestas, sobre todo en bodas y celebraciones con gran número de invitados, se ofrece un vistoso bufé más que un servicio en las tradicionales mesas redondas tan de nuestra cultura social.
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.







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