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CRISTOBAL D. PEÑATE

ICONOCLASTIA

40 años no es nada

CRISTOBAL D. PEÑATE Ver comentarios 1 Viernes, 28 de Marzo de 2014 Tiempo de lectura:

Hoy seguimos viviendo en un país de pandereta, de blancos y negros, de rojos y azules, de gente que no entendió el espíritu conciliador de Adolfo Suárez y que sin embargo muestra ahora su cara más falsa ensalzando su figura.

Desde la toma de posesión de Adolfo Suárez como primer presidente del Gobierno democrático tras el franquismo han pasado casi cuarenta años, los mismos que duró la dictadura, aunque parece que fue ayer.
  En la foto en la que jura su cargo (a ver quién era el bonito que  se atrevía a prometerlo con la espada de Damocles de los poderes fácticos encima de sus cabezas), puede verse a un joven Suárez arrodillado ante la biblia y un gran crucifijo. En aquel año todavía España no contaba con Constitución.
  Esa imagen de un presidente de Gobierno jurando su cargo bajo la atenta mirada escrutadora de las altas instancias del Estado, incluido el crucifijo, sigue siendo el reflejo de la España de hoy. En ese sentido poco hemos cambiado. A pesar de que al año siguiente se aprobó una Constitución en la que se señala taxativamente que esto es un estado aconfesional, las juras o promesas de cargos públicos se siguen celebrando ante signos religiosos del cristianismo, como si estuviésemos en un país confesional.
  Aunque dejamos atrás el nacionalcatolicismo que sirvió para que Franco entrara en las iglesias bajo palio, en una vergonzante alianza entre la jerarquía eclesiástica y el poder político de entonces, todavía hoy esa fotografía antigua en blanco y negro de Suárez ante un enorme crucifijo sigue siendo la misma imagen estática de la España de 2014.
  En su entierro, sus hijos y nietos, con la excepción de su hija Sonsoles y su yerno, besaron el anillo en la mano del obispo que ofició la misa de corpore insepulto en la catedral de Ávila en señal de sumisión del poder civil al religioso. Han pasado casi cuarenta años, como en la dictadura franquista, y no hemos aprendido nada. Si hasta supuestos dirigentes de la izquierda socialista, como Bono o Vázquez, siguen haciendo la genuflexión hasta el obispo de turno, ¿qué podemos esperar de los que están a su derecha?
  Hoy seguimos viviendo en un país de pandereta, de blancos y negros, de rojos y azules, de gente que no entendió el espíritu conciliador de Adolfo Suárez y que sin embargo muestra ahora su cara más falsa ensalzando su figura. Sin embargo, mientras estuvo vivo fue masacrado.
  Ahora, después de muerto, le ponen su nombre a las calles, las plazas, los parques, los estadios y los aeropuertos. Son los mismos que le hicieron la vida imposible los que hoy le lloran. Por ellos tuvo que alejarse de la política y del escenario público definitivamente.
  Casi todo fueron cruelmente inmisericordes con él mientras vivió. La oposición, que le cascó de lo lindo, y sobre todo su propia gente, los correligionarios que lo crucificaron. En realidad, que Alfonso Guerra lo llamara tahúr del Misisipi fue la ofensa más suave que se le hizo, aunque ahora se quiera magnificar la frase del ex vicepresidente del PSOE, que en el fondo fue inocua para todo lo que se le dijo a Suárez en la época.
   Por eso cabrea aún más ver ahora a todos sus verdugos convertidos en hagiógrafos. Adolfo Suárez, san Adolfo, ha sido el santo súbito, como ya le ha definido algún articulista. El problema de este país es que no aprende de su propia historia y además no tiene vergüenza. Vivimos en un país de sinvergüenzas. De cínicos e hipócritas sinvergüenzas.

Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.

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