Los unos y los otros, los de dentro y los de fuera
También es muy reciente la condición de dignidad humana universal, más allá del origen territorial, las costumbres culturales y las creencias religiosas
La
igualdad política entre los habitantes de un país, el derecho legal a ser
considerado equivalente en dignidad y en trato a cualquier otro, es un logro histórico
muy reciente que no se ha sustanciado hasta la extensión de la ciudadanía plena
a todas las personas adultas. En la Atenas de la antigüedad, modelo de tantas
cosas en el imaginario cultural de Occidente, sólo tenían la condición de
ciudadanos quienes eran nativos, libres y varones, es decir, una élite
minoritaria entre de los que habitaban la Ciudad Estado.
Desde
la descomposición de las comunidades primitivas prehistóricas bajo el empuje de
los primeros Estados estamentarios, los pueblos llanos han sido víctimas de la
arbitrariedad de los poderosos, las mujeres han sido restringidas a los
espacios domésticos y los más pobres han padecido la esclavitud. Con el inicio
de la Edad Media en Europa, la servidumbre emergió como un estatuto legal de
dignidad mínima, bajo la nobleza y el clero, empezándose a restringir la
esclavización a los extranjeros, mientras, las mujeres continuaron domesticadas
y sometidas al orden patriarcal.
Solo
hasta bien entrado el siglo XX fue cuando, dentro de los Estados, los derechos
de ciudadanía empezaron a incluir a los ricos y los pobres y a los hombres y
las mujeres. Y, con todo, la igualdad y la equidad efectivas y solidarias están
muy lejos de estar cumplidas a lo largo y ancho de la sociedad de las Naciones.
Siendo formalmente iguales, los poderosos y los desposeídos no han dejado de
resultar “los unos y los otros” ni aún en los espacios nacionales de soberanía.
Y los hombres y las mujeres, todavía continúan fracturados en roles y en
oportunidades hasta en los propios hogares.
También
es muy reciente la condición de dignidad humana universal, más allá del origen
territorial, las costumbres culturales y las creencias religiosas. Fue con la Declaración universal
de los derechos humanos, bien entrado el siglo XX, cuando la dignidad de ser
humano se desvinculó, formalmente, de la pertenencia territorial y el ser
extranjero, ser “de fuera”, dejo de ser sinónimo de no ser para los “de dentro”.
En
un mundo azotado por conflictos personales y barriales, por tensiones
regionales e interestatales y aún sometido a la dinámica de bloques de
influencia geopolítica, el nuevo caso –entre multitud de ellos- de tracción
entre quienes se consideran parte y quienes se pretendan todo, entre quienes
son de aquí y quienes son de allá, ha surgido en la península de Crimea,
legalmente espacio interno de Ucrania. Uno de los múltiples polos de
controversia que se han puesto sobre el tablero son el derecho a la
autodeterminación de los pueblos, en unos casos, a través de métodos de
rebelión -versión “Revoluciones naranja”-, o de procedimientos sedicionarios -exprés,
vía referéndum tutelado militarmente por Estado hegemónico vecino-, frente a la
integralidad territorial de los Estados y la prevalencia de las Constituciones
y la legalidad internacional.
La situación es ciertamente compleja por los actores implicados, los ámbitos afectados y los intereses en relación. Por eso resultaría necesario no dejar fuera de los análisis y de la búsqueda de soluciones, en éste y otros tantos conflictos considerados “territoriales” (como en Catalunya, Euskadi, Canarias o el Sáhara Occidental, sin ir más lejos), el significado político y económico de un comentario expresado por uno de los expertos –a menudo, en este volátil tiempo presente, meros “ignorantes enciclopédicos”- de gran renombre en la Unión Europea, Javier Solana, en torno a que en Ucrania, un país con una población equiparable a la del Estado español, once ciudadanos controlan la economía. ¡Menos mal que eso, aquí, no pasa!
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.








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