El reino del párroco de Teror es tan de este mundo como los chorizos o los donuts fabricados en la villa mariana. Tan de este mundo como el agua de la fuente agria de Teror. Tanto como la virgen del Pino, una talla de madera al que muchos grancanarios adoran, rezan y se postran de rodillas cuando acuden a la basílica de Teror.
Manuel Reyes Brito quiere los derechos exclusivos de la virgen del Pino porque para él la imagen de la patrona de Gran Canaria pertenece a la iglesia. Y cuando dice iglesia no se refiere a los feligreses, a los que tanto suelen apelar los curas cuando piden su participación para, por ejemplo, reformar las instalaciones eléctricas tan deterioradas de la basílica.
Cuando hay que arreglar cualquier cosa del templo, el párroco de Teror recurre indefectiblemente a las instituciones públicas (o sea, a todos, católicos o no, creyentes o no) para reunir el dinero que sirva para la reparación.
La iglesia (su jerarquía, no los fieles) se apunta siempre a los derechos que tiene sobre sus bienes, pero a la hora de mantenerlos apela a toda la sociedad. Al fin y al cabo si la rehabilitación eléctrica la paga el Ayuntamiento de Teror o el Cabildo de Gran Canaria, en realidad la estamos sufragando todos con nuestros impuestos. Todos. No solo los católicos, que sería lo justo. Los que profesan otras confesiones, los ateos y los agnósticos también pagan con sus impuestos las reparaciones o rehabilitaciones eclesiásticas, como las de la Catedral de La Laguna, recientemente reinaugurada por el ministro Wert. Wert para creer. Nunca mejor dicho.
El reino del párroco de Teror sí que es de este mundo. Previendo el negocio que algunos particulares pueden hacer en la próxima bajada de la virgen del Pino a la capital, el hombre se adelanta advirtiendo que los derechos de mercadeo, esos puramente mercantiles y económicos, tan alejados teóricamente de la espiritualidad y religiosidad de la iglesia, son de la parroquia, que por algo inició en 2009 los trámites para la protección jurídica de la imagen de la virgen ante la Oficina Española de Marcas y Patentes. Es como la marca España, pero en tamaño de pueblo. La Virgen del Pino, marca Teror.
La iglesia, quizá por la creencia infundada de que no es de este mundo, como decía su fundador hace más de veinte siglos, no es buena pagadora. Está acostumbrada a vivir de la ayuda de los demás. Se mete en lo más profundo del estado aconfesional y logra que el Ministerio de Educación pague cada año los profesores de religión, aunque eso sí, los elige la jerarquía eclesiástica. No parece normal que uno tenga derecho a elegir lo que no paga. O mejor, lo que pagamos todos, creyentes o no.
Ahora la iglesia quiere apropiarse de la imagen de la virgen, que en teoría pertenece a la fe de los católicos, por lo que no permitirá que la gente negocie con camisetas, gorras, postales, pañuelos, banderas, bolsos, mantas, bufandas y figuras en tiza, porcelana, madera y demás materiales que lleven la marca de la patrona del Pino o de la basílica de Teror.
Quiere el derecho exclusivo a utilizar la marca en el “tráfico económico”. No se conforma con ser el portador y dueño de la espiritualidad del pueblo sino que tampoco hace ascos a la materialidad que le proporciona el vil y miserable dinero que, entre otras cosas, sirve para comprar los ricos chorizos de Teror. La iglesia será espiritual pero también material. No es ajena al euro, a no ser que el querido papa Francisco nos demuestre lo contrario.
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.
Mila | Jueves, 20 de Febrero de 2014 a las 21:02:48 horas
La jerarquía eclesiástica se gasta una jeta que se la pisa.
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