Viviendo en San Borondón
De lo extravagante a lo habitual
Extravagante sin duda ha sido el que no haya pasado nada cuando unos expertos han dicho ante el juez que las celebérrimas facturas de la Infanta no eran falsas sino simuladas
Con la muy mediática aunque tardía
declaración de la Infanta como imputada, muchos comentaristas ponen de
manifiesto el evidente deterioro de la credibilidad de la Justicia para el
común de los ciudadanos y, quiero suponer para no caer en la desesperanza
absoluta, que con el silencioso escándalo de los profesionales de la judicatura
y la monarquía que aún puedan creer en la ejemplaridad de ambas instituciones:
la Justicia y la Corona.
No es éste de la Infanta un hecho
aislado, sino que como otras veces se ha comentado, la irrupción de la política
y sus corruptelas, enterrando boca abajo a Montesquieu, ha acelerado el proceso
de descrédito, como se demuestra en las encuestas del CIS. Que la credibilidad en los tribunales nunca ha
tenido gran arraigo en España es evidente para los que han leído a los clásicos
de la literatura española, desde Cervantes a Quevedo pasando por Góngora.
Pero en los últimos tiempos, con la ayuda
de una prensa muy politizada, sectaria y partidista, la poca credibilidad que
pudiera quedar en esas instituciones está siendo dinamitada al dar pábulo a interpretaciones
extravagantes de algunos jueces y políticos, aparentemente llamados al
estrellato o al ascenso en su carrera por apoyar a los partidos que los
ascienden más que por una valía personal o intelectual aún por acreditar. Es de suponer que lo hacen basándose en lecturas
abracadabrantes del derecho o en lo que han bautizado, sin el menor rubor, como
“el uso alternativo del derecho”
haciendo su peculiar lectura partidista de las normas legales bajo el paraguas
de un hipotético progresismo con el que pretenden acabar con la seguridad
jurídica. Siempre dispuestos y serviles
para mancharse las togas con el polvo del camino…
Extravagante sin duda ha sido el que no
haya pasado nada cuando unos expertos han dicho ante el juez que las
celebérrimas facturas de la Infanta no eran falsas sino simuladas. Pero aún más inaudito fue el oír a los
técnicos de Hacienda decir que serían o no deducibles, es de suponer que según
les sople el viento en sus oídos aquel que puede soplarlo.
Por mucho que se empeñen los políticos,
parafraseando a Francisco de Vitoria y a la Escuela de Salamanca, es cierto que
la verdad judicial la establecen los jueces, pero la verdad verdadera sólo la
conoce Dios. El resto de los ciudadanos sólo podemos entreverla por la
intuición y el sentido común. Y las tres
visiones, con mucha frecuencia no son ni parecidas.
Se ha leído que declarar como testigo
obliga a decir la verdad y se acude ante el juez sin abogados, pero que al
hacerlo como imputado puede ir asistido por un letrado y tiene “derecho a mentir”. Obligado o no a decir la verdad por
aplicación del procedimiento judicial, sería de sentido común el entender que
mentir ante el juez tuviera graves consecuencias, tanto si es testigo como
imputado, incrementando el grado de la condena.
Ayuda a acrecentar la falta de
credibilidad en la justicia cuando se trata de asuntos relacionados con los
políticos y con los considerados “poderosos”
o “influyentes”, que no pase nada si
se incumplen las sentencias. Es el caso
de la Generalidad de Cataluña con las decisiones del TC, TS e incluso del TSJC,
cuando proclaman impunemente que no acatarán sus sentencias y siguen en sus
cargos los que se declaran en abierta rebeldía.
Pero si la cosa se pusiera imposible para esas personas, seguirán
tranquilos, el Ejecutivo los indultará.
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.







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