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Viendo y mirando

En Londres no se odia a los perros

JOSÉ F. FERNÁNDEZ BELDA Viernes, 01 de Noviembre de 2013 Tiempo de lectura:

En el barrio East Finchley, ayuntamiento de Barnet al norte de Londres, hay uno de esos grandes parques por los que es un placer pasear y donde viven pájaros, palomas, cuervos, ardillas y algún que otro zorro correteando entre los árboles del bosquecillo

En los días soleados o por lo menos cuando no llueve o nieva en invierno, los parques de Londres se llenan de gentes sonrientes para gozar de la naturaleza, los chicos juegan después de su jornada escolar y los más pequeños correteran mientras son vigilados por sus mayores.


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Si el día está despejado, el cielo luce azul brillante y surcado continuamente por líneas de vapor de agua, fruto de la condensación generada por los aviones que llegan o salen de alguno de los cinco aeropuertos londinenses.


En el barrio East Finchley, ayuntamiento de Barnet al norte de Londres, hay uno de esos grandes parques por los que es un placer pasear y donde viven pájaros, palomas, cuervos, ardillas y algún que otro zorro correteando entre los árboles del bosquecillo.  Este pulmón verde se llama Cherry Tree Wood.  En un áera acotada especialmente para el entrenamiento deportivo hay gentes practicando el tenis, baloncesto, fútbol y otras especialidades deportivas mientras otras personas están sentadas tomando un cafecito mañanero en una caseta de madera que ambienta el entorno.


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Un nutrido grupo de perros van llegando allí con sus dueños para correr y jugar en la gran explanada verde.  Algunos niños también se suman a la alegría de los animalitos mientras los mayores vigilan y charlan entre sí contándose anécdotas o cosas cotidianas de sus mascotas, la afición común que allí les congrega.  Muchos se refieren a otras personas como el dueño de tal o cual perrito más que por el propio nombre de pila. Juntos juegan, brincan y corren tras cualquier juguete sin distinción de razas o tamaños, desde un pequeño pero inquieto cachorro teckel hasta los golden de mayor talla. Toda la manada corre tras el balón como si de un grupo de niños se tratara sin que haya normalmente roces entre ellos más allá de algún gruñido.


Uno, que llega a Londres desde una isla llamada Gran Canaria que parece odiar a los perros a pesar de lo que sugiere su nombre, salvo los calientes que venden en los McDonalds, siente una sana envidia de que las autoridades municipales inglesas permitan que los animales de compañía puedan ir a todos los lugares, excepto aquellos especialmente prohibidos.  El límite lo marca el respeto al prójimo y el sentido común, no una ordenanza municipal, que suele ser casi siempre liberticida y llena de prejuicios que no soportarían el menor análisis hecho con rigor y con sensatez.  


En Gran Canaria es justo al revés, los sitios acotados son para que jueguen los niños, salvo algún espacio para poder soltar al perrito.  En el resto del territorio isleño cuando no está prohibido andar con ellos, hay que llevarlos atados con correa.  En la práctica totalidad de los espacios abiertos está prohibido tenerlos, porque ensucian dicen los políticos a los que no les importa en absoluto que se hagan botellones o reuniones masivas en lugares donde después se sacan toneladas de basura, o que cualquier esquina sirva para que orinen los humanos, se vomite, escupa o se tiren chicles al suelo por doquier. Tienen suerte los políticos que los varios cientos de miles de propietarios de mascotas no recordemos en tiempos de elecciones a quien no debemos votar, entre otras cosas porque odian a los animales que nosotros amamos.   

Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.

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