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XAVIER APARICI GISBERT

Navidades en pantuflas

XAVIER APARICI GISBERT Viernes, 28 de Diciembre de 2012 Tiempo de lectura:

Las fiestas navideñas se están pareciendo, últimamente, más y más a las de nuestra niñez

Para los que ya hace tiempo que peinamos canas y crecimos en una familia numerosa de clase media baja de las de antes, las fiestas navideñas se están pareciendo, últimamente,  más y más a las de nuestra niñez. A poco más de una década del cambio de siglo, “celebrado” entre consumismos desaforados y en locales de diversión mundana previo pago, está volviendo –más por necesidad, que por otra cosa- un modo de conmemorar la navidad más hogareño y más limitado a los círculos próximos de parentesco y afecto. Como cuando éramos críos los que, ahora, frisamos la cincuentena.

Entonces, todo era más próximo. Todavía tenía que llegar la tele y el coche a la mayoría de los hogares y los barrios bullían por la gente que, cotidianamente, pasaba el tiempo fuera de sus casas. Las calles estaban vivas, pues había espacio, tranquilidad y ocasión para que el vecindario se relacionarse. Las personas más mayores y las más pequeñas confluían en las aceras y las plazas para compartir, el ocio los viejos y el juego los niños. Y las madres, que también se incorporaban a esos espacios de comunidad, cuando encontraban el momento entre sus inacabables tareas. Pues eran aquellos, tiempos de férrea diferenciación entre las actividades productivas, las laborales, y las reproductivas, las de los cuidados, y con estricto acceso, según género, a unas y otras.

Entonces, todo era más austero. Llegar a final de mes era el mayor reto para casi todo el mundo. Pagas menguadas y mucha familia obligaban a priorizar constantemente entre lo urgente y lo necesario y, casi siempre, a postergar más de lo deseable. Había auténticas redes familiares de redistribución de enseres y ropa y la reciprocidad vecinal con tacitas de aceite, pizcos de azúcar y sal, de huevos, panes y demás, estaba a la orden del día. El hoy por ti, mañana por mí, llegaba al cuidado y atención de los más pequeños cuando se iba a un recado al centro y, también, a que merendaras en la casa donde te pillaba la hora.

Entonces, todo era más recogido. También en las fiestas, porque casi todas estaban vinculadas a lo religioso, hacia la omnipresencia del pecado, y en casa, ese constante riesgo de pecar “por pensamiento, palabra, obra y omisión”, era de lo más sobrecogedor. Aunque Dios era todo amor, resultaba que toda la gente del mundo vivíamos en “un valle de lágrimas”. Así, mientras que en las procesiones callejeras todo era más folclórico y común e incluso en la iglesia, la casa del Señor, los sermones y los ritos se repartían entre todos los feligreses, en el hogar, la cuestión de la fe, de las virtudes y de los pecados se volvía un asunto del círculo familiar y de cada uno de sus miembros, nada menos, que con Dios. Desde luego, vivir en un régimen dictatorial que se ufanaba de ser “la reserva espiritual de Occidente”, no aligeraba en nada la cuestión.

Aún así, por la proximidad, la austeridad y el recogimiento de entonces, a los ojos y sentir de los niños y niñas, las navidades eran estupendas y mágicas: no había cole; se colocaban los belenes –mundos en miniatura (y, casi siempre, de reducidas dimensiones) en torno a un pesebre donde, en otro tiempo y otra cultura, había nacido el “niño dios”-, se engalanaban las casas –más bien poco, que el horno (eso lo supimos de más mayores) no estaba para bollos- y se cantaban villancicos en familia, que estaba bien; se comía especial y más copioso –suculentas recetas de las abuelas y las madres para las ocasiones- y habían muchos más postres y bien ricos; de colofón, los “Reyes Magos” –esos sí que eran reyes y no los de verdad- te dejaban juguetes, a menudo los únicos hasta el año siguiente, un día antes de regresar a la escuela.

Para los mayores, la cosa estaba bien, sobre todo, por la ilusión de los más pequeños, pero no había mucho con que celebrar, eran fiestas de andar por casa, navidades en pantuflas, pues la gran mayoría vivíamos sin derechos y sin medios. Como ahora mismito.
Con todo, felices fiestas… y un reivindicativo año nuevo, que la pobreza, ni es justa, ni tiene encanto.

Xavier Aparici Gisbert. Filósofo y Secretario de Redes Ciudadanas de Solidaridad.
http://bienvenidosapantopia.blogspot.com

Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.

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