Pleno empleo, sí, pero, ¿cómo? (III)
Que los ricos se hagan más ricos, mientras el conjunto de la ciudadanía malvive empobrecida, nunca ha sido un interés social
Las ciudadanas y los ciudadanos del momento presente, abocados a un feroz empobrecimiento “por cuenta ajena” impuesto por un sistema de dominio, por fin, desenmascarado; empujados a una deriva de expolio y desperdicio, ecológicamente inviable; y con una crisis global de las energías fósiles a las puestas, por finalización de recursos y contaminación térmica, empezamos a coincidir en bastantes criterios sobre lo que debe hacerse para salir de este colapso general y hacia donde se deberán orientar los enormes esfuerzos a los que nos vemos requeridos.
El capitalismo, no supeditado a las políticas democráticas y los fines cívicos generales, por su carácter competitivo y acaparador, es un procedimiento económico que resulta bueno sólo para transferir ingentes cantidades de recursos y de riqueza a una exigua parte de la sociedad, como se comprueba, tanto a nivel local, como global, aun en estos difíciles momentos. Es preciso, para garantizar la redistribución de parte de la riqueza al conjunto social y para asegurar a la población el acceso al trabajo y a condiciones de vida digna, al menos, implantar la preeminencia de la economía pública sobre la privada en los sectores estratégicos de la economía, la progresividad fiscal y los servicios públicos universales.
Que los ricos se hagan más ricos, mientras el conjunto de la ciudadanía malvive empobrecida, nunca ha sido un interés social. Sí lo es, progresar hacia políticas y economías públicas, solidarias y orientadas al bien común. Aunque los poderosos contemporáneos no pretendan otra cosa para asegurar sus desquiciados intereses, en regímenes políticos modernos como los occidentales, para llevar a cabo ajustes socioeconómicos, ya no es una estrategia aceptable por la ciudadanía la vuelta a provocar “ejércitos de reserva” de desposeídos de derechos políticos y actividades económicas, al igual que lo fueron las antiguas servidumbres y esclavitudes.
Y tampoco se puede seguir aceptando durante más tiempo la enorme burbuja financiera de acciones, obligaciones y divisas no apoyadas en ningún valor económico real, de valores fiduciarios que distorsionan y exacerban el sentido y la estabilidad de la economía. Todo lo que se tiene o se debe que no tenga reflejo y soporte en bienes económicos auténticos -metales preciosos, bienes de consumo y servicios útiles- debe desaparecer de las contabilidades privadas. Si el dinero debe pasar a ser un vale de confianza entre intervinientes, lo debe ser en un ámbito público y orientado a intereses generales, no como una herramienta al servicio de la especulación y en manos particulares.
Por otro lado, dos de los más importantes retos de nuestro tiempo, como son las urgencias de reequilibrio ecológico y demográfico globales, no están siendo ni reconocidos, ni valorados y ni afrontados por las cúpulas mundiales de poder. Más que seguramente, porque uno llama a una drástica reducción del cáncer consumista, al reparto de recursos, a compartir los bienes para asegurar servicios y al decrecimiento, a recortar plusvalías y a hacer crecer la economía social. Y porque la explosión poblacional nos requiere al reconocimiento humanitario, a la solidaridad internacional y la fraternidad mundial. Todo ello, contrario al paradigma neoliberal.
Si ante estas dramáticas cuestiones pendientes, no es el momento de invertir las prioridades poniendo a las personas, sus necesidades básicas y sus condiciones de dignidad, primero, después, a las instituciones públicas democráticas y, finalmente, a las entidades de negocio privado. Si no nos ponemos ahora, todas y todos solidariamente, manos a la obra ¿cuándo, si no?
El capitalismo, no supeditado a las políticas democráticas y los fines cívicos generales, por su carácter competitivo y acaparador, es un procedimiento económico que resulta bueno sólo para transferir ingentes cantidades de recursos y de riqueza a una exigua parte de la sociedad, como se comprueba, tanto a nivel local, como global, aun en estos difíciles momentos. Es preciso, para garantizar la redistribución de parte de la riqueza al conjunto social y para asegurar a la población el acceso al trabajo y a condiciones de vida digna, al menos, implantar la preeminencia de la economía pública sobre la privada en los sectores estratégicos de la economía, la progresividad fiscal y los servicios públicos universales.
Que los ricos se hagan más ricos, mientras el conjunto de la ciudadanía malvive empobrecida, nunca ha sido un interés social. Sí lo es, progresar hacia políticas y economías públicas, solidarias y orientadas al bien común. Aunque los poderosos contemporáneos no pretendan otra cosa para asegurar sus desquiciados intereses, en regímenes políticos modernos como los occidentales, para llevar a cabo ajustes socioeconómicos, ya no es una estrategia aceptable por la ciudadanía la vuelta a provocar “ejércitos de reserva” de desposeídos de derechos políticos y actividades económicas, al igual que lo fueron las antiguas servidumbres y esclavitudes.
Y tampoco se puede seguir aceptando durante más tiempo la enorme burbuja financiera de acciones, obligaciones y divisas no apoyadas en ningún valor económico real, de valores fiduciarios que distorsionan y exacerban el sentido y la estabilidad de la economía. Todo lo que se tiene o se debe que no tenga reflejo y soporte en bienes económicos auténticos -metales preciosos, bienes de consumo y servicios útiles- debe desaparecer de las contabilidades privadas. Si el dinero debe pasar a ser un vale de confianza entre intervinientes, lo debe ser en un ámbito público y orientado a intereses generales, no como una herramienta al servicio de la especulación y en manos particulares.
Por otro lado, dos de los más importantes retos de nuestro tiempo, como son las urgencias de reequilibrio ecológico y demográfico globales, no están siendo ni reconocidos, ni valorados y ni afrontados por las cúpulas mundiales de poder. Más que seguramente, porque uno llama a una drástica reducción del cáncer consumista, al reparto de recursos, a compartir los bienes para asegurar servicios y al decrecimiento, a recortar plusvalías y a hacer crecer la economía social. Y porque la explosión poblacional nos requiere al reconocimiento humanitario, a la solidaridad internacional y la fraternidad mundial. Todo ello, contrario al paradigma neoliberal.
Si ante estas dramáticas cuestiones pendientes, no es el momento de invertir las prioridades poniendo a las personas, sus necesidades básicas y sus condiciones de dignidad, primero, después, a las instituciones públicas democráticas y, finalmente, a las entidades de negocio privado. Si no nos ponemos ahora, todas y todos solidariamente, manos a la obra ¿cuándo, si no?
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.








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