Viviendo en San Borondón
Cambalaches lingüísticos
El lenguaje público de los políticos, el politiqués, está inspirado en el más puro cambalache
Oír primero, leer después y, si aún le queda algo de ganas en el cuerpo o de masoquismo en el alma, analizar lo que dicen los políticos gritones en sus mítines para su parroquia, con pretensión de que su “mensaje” llegue a los confines del mundo mundial, es un ejercicio divertido para asombrarse de cómo es posible hablar mucho y no decir nada o, lo que es aún peor, afirmar un concepto en la primera frase y negarlo en la segunda.
El lenguaje público de los políticos, el politiqués, está inspirado en el más puro cambalache. Define el DRAE ese término como “trueque hecho con afán de ganancia”. En sus otras cuatro acepciones se insiste en el trasfondo despectivo, despreciativo y malicioso de la palabra cambalache. La 5ª acepción es un arcaísmo encantador propio de Argentina, Uruguay y Paraguay ya en deshuso: “tienda en que se compran y venden prendas, alhajas o muebles usados”. Cualquiera de esas definiciones encaja como un guante en lo que al lenguaje político se refiere. El pueblo llano lo complementa, con una gran dosis de realismo fatalista, con el trapicheo, definido como el comerciar al menudeo o ingeniarse y buscar tretas, no siempre lícitas, para el logro de algún objetivo.
“Cambalache” es un famosísimo tango compuesto en 1935 por Enrique Santos Discepolo, aunque en estos tiempos no suficientemente programado en radios y televisiones a pesar de la rabiosa actualidad como himno popular contra la corrupción y la degradación del sistema de valores, tiene una letra que no tiene desperdicio: “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé... Vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos... Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador. ¡Todo es igual, nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor, no hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualado. Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón...”.
Y para insinuar sin afirmar, para poder después desdecirse sin ponerse siquiera colorado, los políticos inventan “concetos pepiñeros”, que son los conceptos más propios del felizmente ex ministro don José Blanco para patear las tribunas públicas en cómodas y demagógicas zapatillas verbales. No cambian la realidad, sólo pretenden tergiversarla o manipularla para no llamar a las cosas por su nombre. Toman prestados conceptos universales redefiniéndolos a su antojo, frecuentemente con el torticero ánimo de crear falsas polémicas. Un ejemplo: llamar matrimonio a la unión de dos personas del mismo sexo, en vez de parejas de hecho, o similar, sin merma alguna de derechos. O llamar desahucios al acto jurídico que pone fin a un arrendamiento a lo que son lanzamientos, que supone que el nuevo propietario de un inmueble pueda adquirir la propiedad, en pleno dominio.
Para otra ocasión dejo aparcado alguna reflexión sobre el cambalache autonómico, ese que Maragall llamó “federalismo asimétrico” y “autonomismo diferencial” la catalana pepera Alicia Sánchez Camacho, depositaria del desmontaje ideológico sólido, se comparta o no, de Alejo Vidal Cuadras al que por su coherencia y rigor intelectual se encargó de tratar de silenciar utilizando una nueva acepción del neologismo “alejar” como sinónimo del famosísimo “arabesco lateral” de los Principios de Peter. Y es que estos asuntos de trapisondas nacionalistas, apurando las evocaciones musicales del tango Cambalache, el trapicheo verbal que pretenden vender con las ideas fundamentales, sin duda ¡tiene bemoles!
Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.
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