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CRISTOBAL D. PEÑATE

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El príncipe y la mendiga

CRISTOBAL D. PEÑATE Ver comentarios 1 Lunes, 05 de Noviembre de 2012 Tiempo de lectura:

No deja de ser extraño que al pueblo español lo represente paradójicamente una mendiga rumana

   El príncipe Felipe salió el otro día de una misa funeral y se encontró en la puerta a un montón de curiosos. Una mendiga rumana se le acercó con intención de pedirle una limosna y él le dio la mano y se quedó tan pancho.

  Esto, que parece una parodia, es el fiel reflejo de lo que pasa en España. Hay millones de españoles que lo están pasando canutas y un poder elitista que no se entera de lo que pasa.

  No deja de ser extraño que al pueblo español lo represente paradójicamente una mendiga rumana, pero al fin y al cabo eso es lo que tiene la pobreza: que se globaliza internacional y transversalmente. La miseria no repara en nacionalidades ni banderas. Se es pobre y punto, aquí y en Pekín.

  En el otro extremo está la minoría poderosa, esa a la que la crisis no le hace mella, en este caso representada por un destacado miembro de la casa real. El pueblo mendigo, aunque no necesariamente rumano, le pide una ayudita por caridad al príncipe alto (de ahí lo de alteza) que vive en un palacio, pero éste cree que el pobre se conforma con un simple apretón de manos que no le quita el hambre pero le introduce en las revistas del corazón.

  Muchos están hoy dispuestos no a vender su corazón (ni su alma) al diablo, porque la palmarían, sino a desprenderse de un riñón con tal de subsistir. Sin embargo, el banco de turno, como el príncipe a la puerta de la iglesia, se limita a extender la mano para alcanzarte un folleto de propaganda. No te ayuda pero te promete que te regalará una sartén antiadherente si ingresas en su sucursal el dinero que no tienes, tu nómina inexistente.

  En Canarias son muchos los que no recuerdan lo que es una nómina porque un tercio de la población está sin trabajo. Los ciudadanos acudimos a los bancos como la mendiga rumana que se asoma a la iglesia donde el príncipe va a un funeral de un amigo.

  Nos acercamos a los bancos como el que va a un funeral, sabiendo de antemano que nadie resucitará al muerto. Los bancos son los templos funerarios de la actualidad. Las sucursales bancarias son estancias fantasmagóricas donde cada vez hay menos movimiento. Ni en las cuentas corrientes ni en los créditos, pero tampoco en las ventanillas.

  Las colas de los bancos se han traspasado, como sus cuentas, a las oficinas de empleo. Ahora nos hablan del banco malo como si los otros fueran buenos. Pero nosotros sabemos que se trata de una tétrica y fatal redundancia. Hasta en eso pretenden engañarnos.

Las opiniones de los columnistas son personales y no siempre coinciden con las de Maspalomas Ahora.

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