El difícil mundo entre los riesgos y las oportunidades
La gestión de los riesgos es, desde luego, un aspecto clave de la vida social y económica
Más acá de las catástrofes y la venturosa fortuna, de las grandes desgracias y las bienaventuradas dichas, el mundo es un lugar sometido a todo tipo de riesgos, pero, también, capaz, en múltiples ocasiones, de proporcionar oportunidades de mejora.
La gestión de los riesgos es, desde luego, un aspecto clave de la vida social y económica. Evitar violencias, accidentes, penurias y vulneraciones es, con motivos fundados, una ocupación principal para asegurarse la supervivencia, a corto y largo plazo. En particular, los riesgos económicos mueven a emplear costosas estrategias para su mitigación, en decisiones sobre sustento, formación, ocupación e inversiones. No obstante, aún en ámbitos de interacción político económica, proclives a frecuentes incertidumbres y a mudanzas, como son nuestras sociedades abiertas, la gestión conservadora de los distintos riesgos hay que saber conjugarla con la de las oportunidades que se pierden por la aversión a los cambios que esa actitud provoca.
Así, en la vida social y la economía, por evitar los fracasos, se sacrifican, a menudo, las ocasiones de éxito. Seguimos los caminos más trillados, decidimos la formación laboral más demandada y optamos por las inversiones más populares creyendo que, con ello, conjuramos los peligros de perdernos de la ruta, de no resultar requeridos en los empleos y de la depreciación. Todo lo cual, pretendiendo fines muy loables, nos lleva, sin embargo, hacia una subsistencia mediocre y sometida a mermas: no transitamos los pasajes menos ordinarios, no adquirimos las habilidades más inusuales, no probamos las vías alternativas de enriquecimiento y terminamos, fatalmente, saturando las oportunidades y compitiendo todos contra todos, encajonados por nuestras comunes inercias de aseguramiento.
La vida personal y, mucho más, el devenir social, como procesos de largo recorrido que son, no solo están hechos de peligros, también están trufados de ocasiones de mejora y no deberíamos evitar sus riesgos a costa de dejar pasar las oportunidades. No solo porque es imposible cubrir todos los riesgos y progresar a la vez, sino porque en el aventurarse a probar, en el ensayo y error, está la apertura a nuevas experiencias y resoluciones. La ficción de que lo seguro es lo que hace la mayoría y de que donde más concurrencia hay, surgen más oportunidades, hace que, casi todo el mundo, terminemos viviendo en los suburbios de ciudades excesivamente pobladas, incómodas y hostiles; teniendo empleos anodinos y rutinarios, cuando no masivamente excluidos de cualquier medio digno de subsistencia; comiendo de cualquier manera y nutriéndonos de alimentos prematuramente recolectados y saturados de conservantes; y pasando la vida con relaciones carentes de significado y distracciones irrelevantes.
El corto plazo, el convencionalismo y la aversión a las innovaciones también hacen estragos en la política institucional. Las estrategias de la inmediatez, la redundancia y el mantenimiento de inercias, terminan volviendo a las administraciones ineficientes e incapaces de maniobrar ante los cambios inevitables de las circunstancias socioeconómicas. Así, por ejemplo, nuestros gobiernos suelen gastar cuando “pintan oros” y dejan de hacerlo, cuando “pintan bastos”, en vez de al contrario. A eso lo llaman ser pro cíclico, cuando, en realidad, es algo bastante peor, es ser estúpido.
Porque lo que conjura los riesgos, en la medida de lo posible, es la atenta prudencia, no la relajada mediocridad, que, muy al contrario, merma nuestras potencialidades para aprovechar las oportunidades venturosas. ¡Y así nos va!.
Xavier Aparici Gisbert. Filósofo y Secretario de Redes Ciudadanas de Solidaridad.
http://bienvenidosapantopia.blogspot.com.
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