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SANTIAGO GIL

Psicografías

Cambios de rumbo

SANTIAGO GIL Martes, 29 de Mayo de 2012 Tiempo de lectura:

“Es mentira que haya días que no se viven”

Es mentira que haya días que no se viven. Todos tienen veinticuatro horas y cientos de casualidades que los hacen diferentes. Somos nosotros los que pasamos lastimosamente de largo. Por más que a uno le parezca imposible, incluso esas mañanas en las que todo sale al revés de lo que querríamos sirven para que aprendamos a ser mucho más sabios. De entrada nos valen para luego compararlas con aquellas otras tan grandiosas que, cuando acontecen, nos parece mentira que las estemos protagonizando. Pero es que todo se mueve por una ley de contrarios, de buenos y de malos, de bellezas y de fealdades, de galanes y de gañanes, y de todas las antítesis que conviven en cada uno de nosotros cambiándose el papel como mismo cambia nuestra manera de asomarnos al mundo. Esos días terribles del desamor o de la ausencia en los que parece que no hay salida por ninguna parte también terminarán pasando. Y lo sabemos porque ya hemos estado cerca del nirvana y del infierno alguna vez, y porque resistiendo no hay nubarrón que no borre ese sol que siempre brillará por encima de nuestras desdichas y de nuestras alegrías.

Lo que creo que no debemos hacer es agobiarnos o estar todo el tiempo presintiendo futuros. Los años vividos te enseñan que no hay ningún mañana previsible, y que para lo bueno y para lo malo casi todo lo que sucede es justo al revés de lo que nosotros preveíamos. Los miedos los anticipamos y los sufrimos: si realmente nos encontráramos con ellos, veríamos que son menos temibles de lo que imaginábamos. No digo que repasemos los días como si fueran tablas de multiplicar o alfabetos griegos; pero si cada noche fuéramos capaces de recordar las vivencias del día nunca daríamos un solo minuto de nuestra vida por perdido. De lo que se trata es de seguir insistiendo en ser felices. No creo que haya otra estrategia si queremos alejar a la muerte. Y si regalamos tiempo estaremos anticipando esa muerte que cuando llegue no nos dejará más horas ni más segundos disponibles para rectificar. Lo que no vivas ni siquiera se convertirá en sueño. Y eres tú el único que puede sacarte a bailar cuando no haya nadie que quiera seguir tus pasos ni tomarte de la mano. Ya aparecerán. A los alegres y optimistas se les terminan acercando los otros alegres y los otros optimistas; en cambio a los tristones y a los que no hacen más que amargarnos las mañanas los alejamos, casi siempre discretamente, como se aleja uno de los peligros. Lo único que nos queda es el intento de seguir viviendo y de seguir sabiendo que podemos respirar y darle la vuelta a nuestro destino cambiando el rumbo de nuestro propio estado de ánimo. No hay más timón que el de la supervivencia. En medio de la tempestad solo hay que intentar que nuestro barco no termine zozobrando. Solo somos el tiempo que nos queda.

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